miércoles, 22 de diciembre de 2010

Mi parte + tarada

El sobresalto de un mal sueño la despertó de madrugada, dejándola en un duermevela hasta que sonó el despertador. Una frase, resto de ese estado onírico, rebotaba enloquecida en su cabeza.
Siete horas más tarde, se sentó en un bar y escribió: MI PARTE MAS TARADA.
Quedó con la mirada fija en esos caracteres, como si contemplara un órgano que había arrancado de lo más íntimo de su cuerpo. Lejos de espantarse, esa exterioridad le causó cierto alivio.
Leyó y miró.
La frase le hacía creer que su taradez tenía límites. Seguramente le resultó alentador saberse no-toda tarada.
Volvió a leer y arribó a otra conclusión. El fragmento destacado de su idiotez, era un recorte definido del conjunto de su taradez ordinaria. La taradez corriente contenía un núcleo concentrado. Una elite tarada bien limitada.
Justo cuando empezaba a pensar en lo equívoca que le resultaba la palabra “limitada”, llego el camarero.
Pidió lo de costumbre y volvió a sus cavilaciones.
¿Cuál sería el contenido de lo radicalmente tarado?
Claramente algo le impedía el acceso a esa información. ¿Y si sus fragmentos no-tarados eran una minoría inoperante?
Leyó una vez más y se agitó.
¿Y si en vez de ser una parte interna fuera su parte más expuesta?
Algo así como un cartel humillante que se porta en la espalda sin saberlo. Una marca que se carga en la más solitaria de las ignorancias, pero a la vista de todos.
“Maldita ironía” se dijo.
Quien quiere ver está impedido y quienes pueden mirar no quieren hacerlo. Una vez que se vio es imposible retirar la mirada o apartar los pensamientos de allí. La incómoda fascinación que experimenta el espectador, es la misma que se siente al descubrir en un interlocutor el cierre bajo de su pantalón.
Agazapada tras su portátil miró con desconfianza a cada uno de los que ocupaban ese lugar.
“¿Y si ellos supieran…?”
Su creciente agitación la turbó. Dejó algo de dinero sobre la mesa, chequeó el cierre de su jean y salió corriendo, asfixiada por su propia estupidez.

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viernes, 3 de diciembre de 2010

La moda no (in)comoda

Hace muchos años, un amigo me contó que alguien le dijo: “La moda no incomoda”.
Esa frase fue dicha uno de esos días de aplastante calor porteño. De ésos que no sabemos qué hacer con lo poco que llevamos puesto. El sujeto en cuestión, el amigo de mi amigo, andaba con unos jean bien pegados a sus piernas y borceguíes hasta las rodillas. Se me ocurre que usaba remera oscura y alguna tacha en su cinturón. Un autentico punk star que no encontraba razón para discontinuar su estilo por un detalle térmico.
• Una joven mujer, llegaba todas las mañanas a su puesto de trabajo en un hospital, perfectamente maquillada. Cinco años después de conocerla me dijo que su pelo lacio era producto de una sistemática labor matutina, al igual que el sombreado de sus ojos, la máscara de sus pestañas y la base que le daba esa apariencia tan tersa. Jamás mencionó la palabra “tedio” o “sacrificio” mientras me detallaba sus amaneceres beauty.
• Un hombre trabaja desde hace veinte años, con riguroso traje y corbata. Nadie lo obliga. Muy rara vez se saca el saco. Jamás se arremanga. Sus zapatos acordonados siempre están lustrosos. Nada parece afectar su imagen empresarial. Su temple atérmico le permite llevar este atuendo con total elegancia. No importa si esta helando o si el calor derrite el asfalto. Dicen que llega a su casa y en vez de arrancarse esas formales vestimentas, circula por su vivienda con una comodidad que desespera a sus acompañantes.
• Pleno invierno. Las jovencitas salen por las noches desprovistas de abrigo. Se ven bellas y sugerentes. ¿Para qué taparse u obstruir la mirada de los otros con un contundente sweater? Van livianas. Parecen ajenas al frío circundante.
¿La moda no incomoda?
Durante muchos años conservé en mi memoria el fragmento de una historia que me contaron en mis tiempos de colegio. Como tantos otros recuerdos, vagaba apaciblemente en la superficie de un desfigurado mar oniroide. Lo rescate de allí, uno de esos días donde no se me ocurre qué escribir y busco inutilidades en el Google. Abruptamente desperté de la modorra mental cuando el buscador lanzó sus resultados. La fidelidad con que conservé algunos detalles era sorprendente. El título era exacto, la lógica de la historia estaba inalterada.
Algo hizo que no olvidara ese texto. Tal vez la ingenuidad de suponerle un trillado final trágico, lo dejó como alma en pena del recuerdo. Yo había errado en mi joven conclusión y él quedó a la espera de ser re interpretado.
Se trata de la historia de un erizo que se automargina por suponerse espantoso. Alguien no especificado lo decora con bellos objetos, captando así la atención de todos los demás. Fascinado por la fascinación de los otros, el erizo se olvida de su subsistencia más básica hasta morir. (“La inmolación por la belleza” de Marco Denevi. Googleenlo).
¿Mi conclusión actual? Muere bello, esa fue su auténtica elección. Su elección de vida.
¿Estos sujetos padecen el frío o la incomodidad? ¿Sufren pero su satisfacción es mayor que el padecer? ¿Aman la molestia? ¿O se trata de una incomodidad que se activa en el espectador, al ver algo que lo inquieta en algún otro?
Por mi parte, en cuanto a la vestimenta siempre me consideré amante de la practicidad y la simpleza. Si algo incomoda, no se usa. Si algo requiere mucha atención, no se usa. Si algo me hace perder la libertad de movimientos, tampoco se usa. Entonces creía que me las arreglaba bastante bien con una moda que no me incomode.
Descansaba en este postulado hasta hace unos pocos días. En la cocina de mi querida amiga LuzMaríaNélida descubrí que la moda me incomoda fatalmente. Me sentí de traje, con borcegos y los pelos patéticamente erizados.
Tuve esa revelación mientras lavaba miles de hojas verdes de distintas especies. Rúcula, espinaca, radicheta y toda su parentela. Hoja por hoja, porque en esas cosas soy muy meticulosa.
Como somos gente moderna, nunca, ¡Jamás! faltarán de esos rejuntes verdosos en la mesa.
La mixta o la de chaucha y huevo, solo quedan reservadas para la intimidad del hogar. Vendrían a ser como las pantuflas o el joggings desteñido de la gastronomía. Ni que hablar de una jardinera con mayonesa!
Finalmente la moda me incomoda y me fastidia un poco. Pero el deleite con el que saboreo esa melange vegetal, logra barrer cualquier vestigio del fastidio pre comilona.
Ahora entiendo mi cara de espanto cuando veo a alguna de esas chicas desabrigadas desde mi auto híper calefaccionado. El frio es mío, no de ellas. Y aunque sientan las bajas temperaturas sobre su cuerpo, esos peatones nocturnos circulan sin reparar demasiado en ello.
Sus escasas vestimentas en las noches de invierno son como… mi sublime (e higiénica) ensalada de hojas verdes. Bueno, algo así…no sé si tanto.
Del make up a las tachas, del mundo gastronómico hasta la retórica, o de las religiones a la hipotermia nocturna; los caminos siempre estarán plagados de elecciones íntimamente personales. No hará falta atravesar el último de los umbrales como lo hizo el erizo. Finalmente, cada uno sabrá hasta donde es capaz de avanzar en la búsqueda de lo que cree más bello.

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miércoles, 24 de noviembre de 2010

MuJeReS MaRCaDORaS (baños públicos II)


¿Por qué algunas mujeres dejan mensajes de amor en las puertas de los baños públicos?
Ellos jamás los leerán.
Ya he dicho que nosotras podríamos ingresar a sus baños, ¿pero ellos a los nuestros…? Salvo alguna invitación no santa, es impensable. Y en el hipotético caso de que alguno sea el feliz protagonista de esos infrecuentes encuentros furtivos, ni muerto malgastaría su tiempo en ese tipo de lectura (ni en ninguna otra, claro).
Un triste final para la efusividad afectiva. Mensaje sin lector, que se desvanecerá por la acción de algún limpiador cremoso.
¿Pero son simples declaraciones de amor de infortunada suerte?
De ser así, habría que suponer una autora torpe o de una estupidez inmanejable agravada por los efectos del enamoramiento. Un sujeto inadaptado con la compulsión a estropear la propiedad ajena.
Personajes de ese tipo, hay a montones. Muy posiblemente, ahora mismo anden dejando marcas en algún local de comida rápida. Estas pobres siempre serán unas marcadoras amateurs. Irreparablemente ingenuas, por no saber que para que el interesado lea, hay que escribir arriba de un mingitorio.
Las escribientes profesionales, las que hacen esto sin perder detalle, evidentemente son otras. Su objetivo, también es otro.
Los mensajes que ellas dejan, están engañosamente dirigidos a los hombres. Ellos son parte fundamental del asunto. Son el objeto valioso puesto en juego, pero en ningún caso van a ser su interlocutor.
El verdadero destinatario, son las otras. Las que usan los baños y cierran esas puertas escritas. Cualquiera de ésas podría ser una rival mal intencionada. Todas son sospechosas, salvo, las de la misma estirpe.
Parte del profesionalismo que las caracteriza radica en que son sumamente leales con las del propio gremio. Nadie mira al fulano marcado y en casos de fuerza mayor, responden con un solidario espíritu de grupo.
Entonces estas pinturas rupestres urbanas, podrían ser la sublimación del más primordial e inquebrantable empuje posesivo de estas féminas. Un tipo de dominio que no necesita ser detentado con gestos grandilocuentes, ni con aparatosos andamiajes bélicos.
Sin llegar a hervir un conejo, ejercen un certero efecto disuasivo sobre el resto del género. Escriben señales de advertencia. Marcas entre mujeres. No hace falta ser una de ellas para poder decodificarlos. Son auténticas declaraciones de guerra al portador, expuestas en los lugares más apropiados.
¡¿En los lugares más apropiados?!
Sin duda. Ya he dicho que estas mujeres son verdaderas profesionales, no?
Repasemos.
Los mensajes se dejan en las caras internas de las puertas de los compartimentos individuales de los baños públicos de mujeres. (Uf! Eterno como para ser una casualidad).
Una vez adentro, la falta de espacio dejará la puerta sobre las narices de la usuaria volviendo inevitable la lectura. Las desnudeces de las partes íntimas, irán evocando tácitamente otros usos de esos territorios corporales, guiando tendenciosamente la interpretación de esas líneas.
Hasta aquí tenemos una efectivísima entrada en tema en solo dos pasos.
Pero estas chicas, verdaderas estrategas, también basaron la elección de la locación en un dato estadístico. El 98 % de las mujeres que ingresa a un baño de uso masivo, adquiere la posición de “cuclillas flotantes sostenida” para hacer uso del inodoro.
El ánimo relajado tras el aliviante acto de la evacuación, una posición no apta para la lucha y la imposibilidad de escape debido al estorbo de las ropas caídas a la altura de la rodilla, dejan a la lectora en un estado de total indefensión.
Ese es el punto exacto donde el mensaje cobra un sublime valor intimidante.
Porque desde ahí se lee: “Ojo! Ése es mío. Capito” y a partir de ese momento la inmovilidad y la demora sanitaria se vuelven temerosamente inquietantes.
Se cree que la pertenencia al grupo de mujeres marcadoras solo está reservada a una elite de aguerrido entusiasmo posesivo. De madres a hijas se van transmitiendo oralmente los valores más emblemáticos del linaje. Desde los primeros días de vida, se las orienta bajo estos principios. Es como una marca congénita, una identidad, un estilo de vida incuestionable.
Actualmente, las camadas más jóvenes han revolucionado el originario statu quo, al ir abandonando los indelebles por no ser compatibles con la era del Touch-screen y el wi-fi. Si bien en los primeros momentos hubo una potente resistencia desde los sectores más conservadores, la armonía quedó restablecida y el espíritu reforzado, cuando las activistas ortodoxas descubrieron que un solo posteo en facebook equivale a de más 100 puertas escritas.
Nuevas formas de expresión, para una pasión incontenible.
A bientôt muchachas!

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sábado, 30 de octubre de 2010

BaÑos PúblicOs



Encontrar en la puerta de un baño público símbolos que den cuenta de la diferencia anatómica entre los sexos, es un hecho que prácticamente escapa a la contingencia. Quien posee el dominio territorial de estos lugares, regula el uso, rotulando cada uno de los accesos.
El ser “público”, evidentemente es una ilusión. Los baños nunca son para todos. Hombres, mujeres, solo clientes, discapacitados, niños…dan cuenta que no son aptos para cualquier potencial usuario. De ser rigurosos, habría que nominarlos:” Baños (no para todo) públicos”.
Una vez adentro, las personas autorizadas para circular, serán fraccionadas en su menor expresión. Solo uno por cada artefacto receptor de desperdicios evacuados. En un pequeño reducto, que muchas veces es un espacio de paredes flotantes carente de un techo propio, se nos ofrece una privacidad fugaz o de gran fragilidad. La prueba más contundente, es la posibilidad de verle los zapatos al vecino y el gran déficit acústico que presentan en su mayoría.
Privacidad semi pública, nunca más que eso.

La estética de la divisoria sanitaria, si bien tiene la corriente clásica de los muñequitos de pollera y pantalón, cuenta con otras vertientes que rebasan ampliamente la cómoda simplicidad de los palotes.
Algunas almas de particular creatividad, colocan objetos que suponen típicos de cada género. La diferenciación suele tornarse un tanto engorrosa, cuando lo elegido tiene algún rasgo ambiguo. ¿Cuál es la puerta que nos toca? Cualquiera podría sentirse atraído por un tacón o un rouge rojo furioso. Igual sería el caso de las fotos de famosos. ¿Es lo que me gusta ver en otros? ¿Lo que uso cada vez? ¿O mi fetiche?
Para evitar la demora, lo mejor es abstenerse de los pensamientos que incluyan las condiciones eróticas de cada quién y guiarse por los clichés del sentido más común.
Los indicadores: “Hombre-Mujer” o simplemente la inicialización de la puerta, otorgan un mensaje un tanto más claro. Pero cuando se grafica esta diferencia con los típicos símbolos de género, se abre un nuevo enigma.
Ambos signos llevan un perfecto círculo. Distingue a la mujer una cruz y al hombre un vector que apunta a las alturas.
La redondez, quizá sea la ingenua ilusión de un cuerpo completo, cerrado y en funcionamiento. Lo unisex del cuerpo. La anatomía compartida. Todo lo que queda recubierto es indispensable para un óptimo funcionamiento, pero como no tiene brillo, se vela con una buena cubierta.
Sólo repararemos en nuestra interioridad si algo quebranta el anonimato y con sus ínfulas de estrella, nos sume en un tormento corporal. Los dolores podrían ser perfectamente el ensañamiento de algún órgano con baja estima. Una dolorosa demanda de atención que perturba el contorno amable de la circunferencia que envuelve el interior de la máquina.
El WC es un lugar donde estabilizamos nuestro globo corporal de las demandas corrientes. La circularidad vista en una puerta, nos invita recuperar nuestra feliz e ignorante esférica humanidad.
Pero, ¿Por qué habrán ubicado una cruz hacia la tierra para nosotras y un vector hacia las alturas para los hombres?
¿Será que estos son rasgos que dan alguna cuenta de ciertas consecuencias de nuestra anatomía?
El símbolo del hombre podría tomarse como una literal referencia a los fenómenos corporales del varón. Claro y sencillo. No hay incógnita a despejar.
En cambio lo femenino….nunca deja de ofrecer algún rodeo.

El cuerpo suele ser poco gentil con nuestro género a medida que van pasando los años. Llevamos una carrocería enloquecedoramente cambiante e imposible de mantener al margen de la erosión hormonal o ambiental.
Una corporeidad demandona, de secuenciadas incomodidades y retoques cosméticos periódicos.
¿Habrá sido por eso que eligieron la cruz para distinguirnos?
No lo creo. Generalmente contamos con un estado de resignación tan radical, que muchos de los tediosos menesteres femeninos quedan reducidos a rutinas automáticas de cumplimiento obligatorio. Este efecto de pragmática despersonalización nos alivia y nos salva de eternizarnos en la queja.

Quizá la cruz que carguemos sea la de compartir estos espacios con un sinnúmero de desconocidas. Las largas colas para entrar en los cubículos con inodoros, son la plomada que recae sobre nuestros cuerpos urgidos por la necesidad.
Ante una demanda unisex, el espacio exclusivo para mujeres nos enfrenta a nuestras peores miserias.
Somos poco generosas y no tenemos un espíritu solidario. Maldecimos a la que se demora, pero cuando llega nuestro turno tomamos revancha sobre las que quedan detrás. Nos zambullimos en la eternidad temporal del sin apuro, disfrutando de una venganza solapada y caprichosa. Finalmente no han sido ellas las que nos han demorado, sin embargo, nuestro mal gesto es igualmente legítimo. Ellas son futuras demoradoras y en todo caso…con alguien debemos descargar la ira.
Una vez logrado el ingreso al cuartito de la necesidad, dedicamos tiempo a detalles de los que tranquilamente podríamos ocuparnos a la vista de las otras. Acomodarse la media, ajustar un cinturón o alinear un vestido no requiere de la soledad de nuestra mirada. Somos irremediablemente cretinas en esos momentos.
Todas sabemos del juego y entonces…¿Quién no se ha colado alguna vez en un baño masculino?
En eso los hombres son más ligeros. La flecha también podría ser sinónimo de un movimiento efectivo y directo.
Nunca hay cola en los baños de ellos y la dualidad de opciones que ofrecen sus baños, lejos de complicarlos en disquisiciones, les agiliza el trámite.
¿Será por eso que cada vez que detengo mi auto en la ruta para hacer uso de algún área de servicios, repito mil veces para mis adentros: “Dios santo por qué no habré nacido hombre!!”?

miércoles, 29 de septiembre de 2010

A cajón abierto

Una mujer en autodiálogo con un difunto.
Un hombre mal herido muere por cualquier otra cosa.
Un desencuentro que se vuelve encuentro en un tiempo desencajado de lo posible.
Una historia que no fue, o se sucedió de manera poco ortodoxa.


-¿Cómo fue que nunca hablamos de esto?
(Le murmuró en el oído como sumergiéndose en esa caja).
-¿Me dejaste o nos dejamos? Fueron tantas veces que perdí la cuenta de los desprecios que nos dedicábamos.
Siempre pensé que gozabas maltratándome, dejándome sola. En ese tiempo yo no sabía estar sin vos, pero tampoco podía quedarme quieta. Tal vez, fue porque jamás pude atrapar un momento donde sintiera que me ames. Cuando lo sospechaba, cuando me parecía leer algún gesto de ésos; rápidamente me lanzabas una mirada helada, o sin rodeos me decías que no era yo la que te iba a acompañar. Me decías que NO con una certeza que me dejaba sin aire. ¿Nos quisimos alguna vez o nos odiábamos apasionadamente?
Supongo que tampoco te elegí. O lo hice de una manera que te parecía un poco ridícula… justo cuando me retiraste la mirada.

- ¿Qué decís…? ¿Qué te lastimé? ¿Te lastimé de muerte aquella vez que te olvidé?

-Eso fue hace tanto tiempo...
Era muy joven, me encandilaba cualquier nimiedad y me perdía por un rato. No dijiste nada después de aquello, solo te volviste lejano. ¿O mas callado? Te pedí perdón mil veces y nunca me contestaste. ¿Te acordás?
Andabas como mudo por el mundo. Yo no sabía si llorar o reírme de lo ridículo que parecías portando ese riguroso semblante de seriedad.
Algún tiempo después supe que ese fue el inicio de tu eterna revancha. Mi romanticismo ingenuo me llevaba a soportar ese amor calvario, convencida en que así podrías saciar tu voraz venganza y yo lavar mis extravíos. ¿Por qué habrá sido que quería que estés conmigo? Te habías convertido en un cretino sin retorno tan pronto como descubriste mi estúpida espera amatoria.

- ¡¿Cómo?! ¿Que te hacía sentir como un imbécil? ¿Me reía de cada uno de tus logros? ¿Que siempre miraba para otros lados?
(Hizo una larga pausa. Parecía confundida o bastante asombrada por lo que creía escuchar de ese hombre frío).

- Jamás sospeché que te importara como leía tus movimientos en la vida. Me asfixiabas con tus excentricidades, por eso miraba a tipos más corrientes. Era como salir a tomar aire, pero nunca te dejaba. Me parecías tan fascinante, que me aterraba la idea de perder la voluntad y abandonarme para adorarte plenamente y desconectar del mundo.

(Ya no pudo contener el llanto y se sumergió aún más en ese ajustado espacio. Estaba tan ensimismada en ese íntimo diálogo, que el resto de los presentes se evaporaron de esa patética sala velatoria. Repitió como mantra “Entonces me mirabas” mientras retorcía un mechón de su pelo, hasta que algo interfirió su trance).
- Pero mirabas inmóvil y callado como me alejaba.
Me iba para que me hables, para que pidieras que me quede, para que digas mi nombre… Rogaba por que lo hicieras, pero siempre estabas así…como ahora.

- ¿Te parecía fría? ¿Sentías que dejaba tu cama como imposible de satisfacer? ¿Sufrías por mis cronometrados cálculos de escape?

- ¡No, no! (Dijo con desesperación).
Salía corriendo temiéndole a tus gestos de desamor. Contenía el llanto porque instantáneamente abandonabas tu estado de amante para convertirte en el ser distante de siempre. Tenía que huir para no suplicarte que me ames.

- ¿Que la desamorada era yo?! ¿Que aquella vez te herí tan hondo, que no hubieras podido soportar otra embestida de mi parte?

-Jamás lo hubiera vuelto a hacer, aunque lo merecieras mil veces. (Y su enunciación fue infinitamente triste). Si finalmente elegí irme bien lejos de vos, fue porque para ese entonces ya estaba muy cansada y al borde de la locura. ¿Sabías que antes de embarcar te busqué y te esperé hasta casi perder el vuelo?

(Se secó las lágrimas con la manga de su blusa y se salió un poco de ese cajón ajeno sin dejar de mirarlo. Lo miraba como quien mira a alguien que alguna vez se amó o como a quién ni muerto se puede dejar de amar).

- ¿Pensaste en mí en todos estos años…? Mejor no respondas! Voy a pensar que sí y que en tu último respiro me evocaste sin decirme que no. Te extrañé tanto…
Creo que voy a llorar otra vez.
Espero que no te incomode.
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lunes, 6 de septiembre de 2010

Sedán vs. 5 Puertas

El murmullo general del lugar era un zumbido homogéneo a los oídos de los presentes. La inercia acústica que inundaba el bar ofrecía una especie de limbo temporal. Imposible hubiera sido calcular, que una voz tuviera el poder para romper con esa amable monotonía sonora.

-¿Sedán o 5 puertas? ¿Lo decís de verdad? Un auto es la versión mecánica de nosotros mismos. Es nuestro fiel reflejo. ¿Acaso no es la proyección de nuestro propio cuerpo?
(Dos de la mesa asintieron con un gesto).
El sedán es la muerte segura de la juventud. Un 5 puertas es todo lo contrario. Emana energía, es ágil y dinámico. Da cuenta de un espíritu joven que puede despojarse de las cargas innecesarias y circular con liviandad por la vida. Es como decir: “Yo puedo andar sin esa caja trasera. Mi auto termina acá y punto”.

(Apenas pronuncio la última palabra, el que estaba sentado a su lado replicó con fervor).
-¡No entendés nada! Las puertas son para que entren las personas, no un bolso. Un auto es con baúl. Lo otro es un resumen a bajo costo que no tiene ningún sentido estético. No tienen buen porte. Son visualmente incompletos. Es como comparar una cochera fija cubierta con un espacio guarda coches compartido. No hay duda a la hora de elegir.

(Continuó la primera voz).
-El monovolumen es la solución que encontraron las almas jóvenes frente al crecimiento familiar. Sería algo así como… cargar la prole sin resignar espíritu.
El sedan viene después de los 50, nunca antes de eso. ¡El baúl es la fosa de nuestros años vigorosos! Ese anexo, es un lastre que marca el comienzo de la declinación de la potencia…
¿Acaso no se te empezó a caer el pelo después de comprarte ese lanchón?

Cuando ya parecía recuperada la sobriedad auditiva, quien aplastaba terrones de azúcar con las llaves de su auto, levantó por primera vez la vista. Enmudeció a los que hablaban con su mirada y lanzó una estrepitosa carcajada que instantáneamente rebasó los límites de esa mesa, abarrotando de ruidos el silencioso salón.
Pulicado en Odradek
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martes, 17 de agosto de 2010

Golpe Bajo

Se sintió desolado. Su mirada perdió la pasión que la caracterizaba y se torno opaca. Abruptamente lo invadió una pesadez corporal que lo dejo exhausto, casi desvitalizado.
Siempre se había sentido incrédulo. Llevaba como bandera la idea que nadie era enteramente de confiar. Nada era supuesto. Ni los padres amaban a los hijos, ni los hombres a sus mujeres, ni los socios bregaban por un beneficio común. Sabía que hasta la mujer más amorosa podría hundirle un puñal a sus espaldas sin remordimientos por el amor presente o pasado.
Mucho menos creía en esas cosas que alinean a las muchedumbres. No tenía religión ni ideales políticos. Descreía plenamente de los que se llamaban solidarios u ofertaban sin pedir nada a cambio.
Era hombre de negocios en casi todos los aspectos de su vida. Efectivista, directo, pragmático. Se orientaba por su no creencia generalizada, a la que atribuía cada uno de los logros de su vida pública.
A contrapelo de su costado floridamente cínico escondía una fe ciega en unas pocas personas. Eran el núcleo mas profundo de sus amistades. Unos a los que respetaba y amaba con carácter casi sagrado. Ellos constituían su único punto de confianza. Allí descansaba de sus andamiajes defensivos, convencido de la honorabilidad de los hombres, del valor de la palabra dada y de los espíritus que jamás se doblegan ante las dulces tentaciones de la traición. Esos pocos eran su patria.
Un día cualquiera, durante una conversación sin importancia, supo que ésos con los que se sentía hermanado, se habían regodeado con los goces de una oratoria frívola sobre los penares de su vida. Sólo él reparó en lo impropio de esa escena que estratégicamente lo había excluido. Se sintió herido de muerte.
Su familia elegida, su núcleo irreductible, lo habían traicionado en ese obsceno festín verbal que ofrecieron a gente extraña. Lo expusieron irresponsablemente al vulgo de los lugares profanos sin siquiera intuir lo que estaban haciendo.
Ahora sí que no creía en nada.
(Publicado en ODRADEK Agosto.)

http://www.odradek.com.ar/

viernes, 6 de agosto de 2010

TERAPEUTICA PORNO


Caminar por Av. Cabildo es una experiencia cargada de estímulos. Componen el paisaje un montón de marquesinas arrancadas por las cuadrillas del gobierno, puestos ambulantes, transito infernal y el eclecticismo de las interminables vidrieras. Si a esto le agregamos un conglomerado de peatones desordenados ya tenemos una postal habitual de la zona.
Yo, como tantos otros atravieso sus cuadras abstraída del entorno. Conecto con los demás lo estrictamente necesario como para evitar la colisión sin fijar la vista en nadie.
Ese día pasé por uno de los puestos de diarios y la vi. No se porque, pero la vi y me detuve frente a ella.
En una ampliación de tapa de revista estaba esa joven de cuerpo perfecto. Ostentando su absoluta falta de marcas del fatídico paso del tiempo, posa contra natura, con una actitud majestuosamente lujuriosa.
No muestra, exhibe. Y lo hace de un modo que me resulta bastante abrumador. Su gesto también abruma.
No era la primera vez que veía una de esas imágenes. La avenida esta plagada de kioscos y la mayoría de las revistas muestran en sus tapas chicas con muy poca ropa. Siempre es posible encontrar bizarras discrepancias entre las frases entrecomilladas y las fotografías. Parece ser que lo despojado de la vestimenta es proporcional al uso de la confesión pública.
¿Será que en estos tiempos algunas mujeres elaboran sus duelos posando en tangas translúcidas?
¿Cuándo fue que se puso de moda este afán de querer decirlo o mostrar todo? -Como si fuera posible atrapar la categoría de lo “TODO”!!.
Tal vez, diez o quince años atrás esa foto estaría cubierta de rayitas negras censuradoras o de un plástico oscuro que no permitiría ver más que las caras de las extasiadas modelos de las misteriosas revistas XXX. Hoy es un poco difícil toparse con una de esas cubiertas opacas, los velos están pasados de moda. Casi nada queda librado a la imaginación del espectador. La agonía de lo sugerente deja todo a plena vista. Mucha carne expuesta bajo cualquier excusa y a cualquier hora del día.

Vuelvo a la escena.
“¿Estará cómoda esta chica?” me pregunte.
Algo me distrae justo cuando empezaba a sospechar que después de esa pose quedo absolutamente contracturada.
Alguien me observa. Bien! Un caballero de mediana edad. Intentando contagiarme de una pizca de la audacia que derrocha la chica de tapa, doy un cuarto de vuelta para mirarlo.
Patética me siento cuando compruebo que no es a mí a quien mira. Sus ojos me atraviesan como a un vidrio en estado de perfecta limpieza para fijarse en las curvas de la contorsionista. Caramba! Que ingenua fui.
Cambio mi posición y como para pasar desapercibida (como si lo necesitara frente a semejante joven voluptuosa) ojeo una revista de modas. Mi real objetivo son los hombres que pasan frente a esa imagen.
A la gran mayoría, esa foto les captura la atención. Algunos hacen una pausa para observarla de cerca. Los que van acompañados de otro comentan, se ríen o comparan. Quienes andan con sus parejas disimulan, quizás más tarde busquen la portada en Internet desde sus oficinas.
Descubrí lo poderosas que pueden ser estas imágenes y me asombre al comprobar que dejaba a un costado la automática pena burlona que me despertaban esas mujeres.
Los veo viendo y noto en ellos un fenómeno sorprendente.
¿Qué es lo que sutilmente los transforma?
Me aventuro a decir, que muchos de los que pasaron por ahí, creyeron que esa chica de extraña pose que muestra todo a la vez; es verdaderamente eso que les oferta. Ella es sin dudas una experta vendedora de ilusiones que les dedica, a cada uno en secreto y públicamente a todos los que componen ese género, lo que ahí deja ver.
Sonríen, sus miradas cambian…a muchos se les modifica el gesto. Sus rostros parecen más amables.
Ella también les ofrece un resarcimiento por esos años jóvenes de tiranías de rayitas prohibitivas o de frustrados anhelos de oscuros protectores rotos que habiliten al ojo curioso. Triunfan sobre el pasado impedimento plástico XXX, se vuelven victoriosos y libres de tomar prestado un cuerpo entero para sus más floridas fantasías.
Conclusión: esta chica tiene un poderoso efecto terapéutico en los espectadores masculinos. Flash terapéutico!

Posiblemente algunos de esos hombres también se pregunten sobre la utilización irrestricta del recurso de la poca ropa en los medios de comunicación, los límites de lo privado o las mostraciones obscenas. Tal vez otros simplemente no encuentren conveniente que estas imágenes estén a centímetros de las revistas para colorear de los más chicos.
¡Ojo! que no hablo de moralinas de espíritu pacato, sino de detenerse a pensar sobre una tendencia que irrumpe de manera excesiva y desordenada. Sin embargo, en el instante que la ven, parecen recortados de sus cotidianeidades. No importa si son 20, 90 o 3 segundos. Parecen disfrutar de algo así como unas brevísimas pero inmejorables vacaciones mentales.

¡Bravo contorsionista!

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lunes, 19 de julio de 2010

IN-tEr-MI-tEnciaS


Va y viene. Prende y apaga. Aparece y desaparece.
Siempre me pasa en época navideña que quedo un poco tomada por algún circuito luminoso. Luz, no luz, luz, no luz, y así paso un largo rato. La luz monocromática tiene un efecto hipnótico que me adormece. Prende y apaga a intervalos regulares, absolutamente previsibles, salvo que alguien apague el interruptor.
Como efecto del destello luminoso vienen a mí pensamientos que automáticamente rotulo de poca monta. A medida que mi trance se vuelve mas profundo, son lanzados a una asociación libre salvaje y finalmente devienen en planteos cuasi metafísicos.
Se que ésta es una alusión extemporánea. ¿Porqué pensar en navidades a esta altura del año? Como de costumbre quede pensando frente a la pantalla de mi portátil y al estilo de la Carta Robada de Poe, descubrí frente a mis narices la respuesta. Ahí estaba él, mínimo pero incansablemente titilante. Poderosa prueba de vida de cualquier ordenador y detonante de mi asociación luminosa entre otras miles.
¿A cuantas cosas podría caberle la intermitencia además de un árbol de navidad y a un cursor?
¡Ya se!
Segunda asociación.
Esos que van en el subte muertos de cansancio.
El subte los mece, los acuna con sus movimientos rítmicos y ellos…hacen unos tremendos intentos por no sucumbir al tentador llamado de los sueños. Despierto, dormido, despierto, dormido, desp……
-“Ja! Se durmió no mas!”
Y ahí mismo se acaba el escaso divertimento del observador.

Algunas intermitencias podrían causar verdaderas desgracias.
Nada más desalentador que un semáforo en corto en una tarde de microcentro porteño. El amarillo, negro, amarillo enmarcado en ese esbelto artefacto es la imagen menos prometedora con la que se pueden topar automovilistas o desprotegidos peatones.
Mi tercera asociación recae sobre los efectos que ese estímulo produce en los espectadores.
-“¿Paso o no paso? Paso sí…no!...sssno… si…. ¡Uy!”
Lo peligroso en esos casos no es la intermitencia decisiva de un ser individual, sino la masa de transeúntes, con la capacidad de decisión en intermitencia.
Tercera asociación: Maraña de intermitencias urbanas (con ruido a chatarra).

Cuarta asociación.
Hay otro grupo de intermitencias que no parecen ser tales por lo prolongado de cada período. Sólo se las descubre como tales cuando se observa el fenómeno a distancia.
Por ejemplo, uno de mis hijos come con intermitencia. ¿Que quiero decir con esto? Que come, come, come y come hasta dejar absortos a sus progenitores. Lugo pasa algunos días consumiendo lo estrictamente necesario para no alertar a esos mismos adultos con los que convive. Terminada la pausa digestiva, vuelva a alimentarse con renovado entusiasmo.
Y como esto comenzó con una asociación salvaje, continúo con el encadenamiento brutal de ideas y paso de una particular modalidad de ingesta alimenticia al amor.
(Salto no tan extravagante si pensamos que el amor puede tener mucho de voraz).

¿El amor es intermitente?
¿Hay “te amo, no te amo, te amo…” o eso es la fenomenología de un desorden mental a gran escala?
Seguramente no tiene un ritmo psicodélicamente enloquecedor, pero… creo que algo de este fenómeno es fácil de encontrar en los asuntos del corazón.
El espíritu del encendido y apagado rítmico de la luminaria navideña, es una buena metáfora para pensar en la vida de un amor. ¿Acaso el juego cuerpo a cuerpo del amor no padece de intermitencias?
La secuencia positivo – negativo, la luz brillante que da paso a una muy acotada oscuridad, será el amor vivo y palpitante. ¡Amor a toda máquina!
Ese sentimiento que emerge intenso, tiene una poderosa fuerza que orienta. Ilumina y dirige los movimientos de las partes convirtiéndose en signo de ese lazo, que por su exultante potencia también es señal para otros que observan a la distancia.
Lamentablemente para muchos, como no se trata de amores a la Dorian Gray, el esplendor y la belleza de lo joven inevitablemente declinan.
Tiempos, discrepancias, sobresaltos contextuales, azar o sobrecarga de enchufes en una misma toma. Para los que saben de las limitaciones de cualquier estado de entusiasmo casi maníaco, para los que se dejan enloquecer a sabiendas que no se trata de eternidades en la cresta de a ola; para ellos, el cambio de ritmo será el asentamiento o la puesta a punto de una frecuencia. Amor en proceso.
La marcha estabilizaba, podrá otorgar la ilusión de saber del timing de la intermitencia. Momento apacible de indudable encanto. Tiempo de andares seguros que quizá puedan tornarse movimientos adormecedores como el de los subterráneos. .
Los expertos de la salud aconsejan siestas cortas. Según ellos esas pausas son de los más energizantes y revitalizadoras. Las largas, al contrario de lo esperable, producen mayor fatiga y mal humor, pudiendo convertirse en la causa de un resto del día infernal.
¿Como salirse del letargo cuando se durmió más de la cuenta? Nada asegura una buena retirada de ese endemoniado estado de duermevela. Sin embargo no puedo dejar de pensar que el solo hecho de andar, aunque más no sea a los tumbos, es indicio de buena voluntad entre partenaires desorientados. El que anda resiste el dormir.
Amor a toda máquina, amor en proceso, amor que adormece o modorra malamorada…..distintas versiones de algo que muta a cada momento.
¿Pero que pasa cuando el intervalo rompe con su propia lógica? ¿Cuando no se parece a un sueño? ¿Cuando se duda que eso retome la intermitencia, la pulsación vivificante?
Lo que verdaderamente turba, es la aparente imposibilidad de distinguir si hay claras señales de la muerte de la cosa, aún cuando ya esté hecho el hoyo en la tierra.
-¿La luz se apago o es que esta tan tenue que no puedo distinguirla?
-¿Se apagó o tenemos problemas en la vista?
…Tic- TAC -Tic-TAC….
-¿Espero un rato más o ya es suficiente?
…Tic-TAC-Tic-TAC…
-¿Suficiente? ¿Cuánto es suficiente para mí? ¿Y para el otro? ¿”Suficientamos” de la misma manera?
Tic - TAC – Tic – TAC, sonoridad de la enigmática oscuridad.

¿Es un intervalo en coma o estamos frente a un amor muerto? ¿Como hacer para evadir los fantasmas de un entierro con vida?
Distinguir la dilación, sobreponerse del esperable pavor que produce firmar un acta de defunción o decidir desenchufar al moribundo después de una interminable agonía, será el Rubicón de los que creen que ya que no les cabe la categoría de amantes.
Apagar la luz trasciende el acto privado. Así como en otros tiempos la luz se dejaba ver a la comunidad, la oscuridad también se cuela hacia afuera. Un afuera que muchas veces también esta desorientado por esa claridad que no vuelve. No todos los de afuera son mirones impertinentes. Hay afueras tan cercanos que también pueden sufrir las penas y terrores de esos dos.
Quien este con la pluma o el interruptor en la mano sudará helado. Algunos podrán perderse un poco en la nostalgia, llorar por lo que nunca va a suceder hasta quedar paralizados frente a ese hilo de agua. Otros saltaran hacia el afuera, para esconderse, distraerse….¿buscar compañía? Quién sabe.
Se podrá elegir vivir haciendo inexistir a ese río. Se podrá acampar en los alrededores del Rubicón, verlo desde ahí o escuchar el correr de sus aguas.
Nada nos dice cual será el destino de aquellos que lleguen hasta esas orillas, pero de lo que sí estoy segura, es que una vez que se llego hasta ahí, sentirán la absoluta soledad que implica la realización de cualquier acto.
Se cruza sin nadie que acompañe.

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A contrapelo del cliché

lunes, 5 de julio de 2010

Mito de Obra

Los odiaba premeditadamente, prolijamente. Los odiaba en detalle, en lo macro y en lo micro. Los odiaba silenciosamente, sin pausa ni favoritismos.

Su pensamiento estaba plagado de fantasías criminales, donde ésos que encarnaban la causa y objeto de su ira, eran eliminados una y mil veces sin que ella pierda la impecable apariencia que tenía en cada una de sus sombrías ideaciones.
Sus escenas mentales se sucedían unas tras otras alcanzando siempre el mismo final. Un pequeño grupo de hombres gritaban despavoridos implorando por el perdón, con lo último de las fuerzas que le quedaban en sus miserables cuerpos enflaquecidos y hedorosos. Gemían, lloraban lastimosamente desde un terreno oscuro, pestilente y húmedo. Entrampados en sus propios vicios, habían ido a parar allí, como legítimos merecedores de unos padeceres que laceraban la carne y el entendimiento.
Era un lugar sin salida. Una vez ahí caído, nada podía cambiar el destino de los infelices en fatal desgracia. Podría haber sido la ante sala del infierno el lugar que imagino, pero no lo era. Los había ubicado en lo marginal de lo marginal. En un el más allá del mismísimo averno.
Ella, a metros del fondo, con una mirada impávida, les hablaba pausadamente, con una serenidad que desentonaba con el total de la escena. Emitía sonidos casi inaudibles que articulaban mentirosas palabras de alivio.
Cuando los que suplicaban se acercaban al límite de lo inimaginablemente indigno, se inclinaba ante ellos con un semblante que mezclaba ingenuidad y pena, siempre cuidando de la distancia que la separaba de esos salvajes. Jamás permitiría que la toquen a pesar de ofrecerles un “como sí” de benevolencia o consuelo. Los consideraba intocables, aún antes de convertirlos en habitantes de ese agujero. Impostaba la voz para que parezca conmovida por la impotencia que detentaba, respondía a los desgarradores ruegos como dolidamente incapaz de conceder la disculpa, apelando a su condición de ser simple y sin dones que le habiliten la gracia de otorgar la liberación de las almas.

No tenía religión. Le dieron una cuando era niña, pero la abandono rápidamente. Nunca añoró la perorata de los devotos. Al ser superior lo creía puerilmente caprichoso y a los que lo seguían necios o ignorantes. Muy tempranamente supo que no iba a creer en esas cosas a pesar de no poder sustraerse de una educación dirigida por esos valores. El fanatismo que practicaban sus padres no le dejo opción. Su familia consideraba que la devoción por sus ídolos sagrados venía como carga genética en la descendencia y la educación era la herramienta más valiosa para solidificar las bases en una persona de fe.
Así fue como resulto una estudiante mediocre del credo y conocedora de los clichés religiosos, a los que les había encontrado una muy particular utilización. Se divertía con sus compañeras de estudio parodiando algunos de los estereotipos de almas caritativas, cuidándose siempre de las miradas adultas. De haber sido descubierta, sus educadoras, contando con el aval de sus progenitores, hubieran elevado su adoctrinamiento a la categoría de penitencia hasta exorcizar su espíritu de burla.
Ahora, muchísimos años después volvía a encarnar algunos de esos antiguos personajes a la perfección.

Parecía piadosa hasta el final de sus escenas. Ni el espectador más desconfiado descreería de su clemencia. Solo cuando los veía hundirse desesperadamente en el fango de lo inhumano, asomaba sutilmente una mueca en su rostro.
Para sus adentros disfrutaba silenciosamente de esa desmesurada miseria ajena. Cuando ya no quedaban rastros en la superficie de esa inmundicia, la sonrisa era plena
La embriagaba una enorme sensación de placer cada vez que su comedia mental de venganza llegaba a su recurrente punto final. Lo que experimentaba era casi comparable al lujurioso aturdimiento que sentía con el mejor de sus amantes. Quedaba suspendida en el éxtasis de la satisfacción por algunos minutos, sin noción de tiempo o espacio. Pero cuando esa perplejidad se evaporaba, a diferencia de los placeres del cuerpo que concluían en bienestar y calma, estas creaciones mentales la confrontaban nuevamente a lo más oscuro de sí. La volvían al punto cero.
¿Se podría experimentar desprecio semejante por otros representantes de la misma especie?
Sin duda su respuesta era afirmativa.

En un primer momento creyó que tal vez algún movimiento suyo habría podido desatar tal cosa. Una respuesta desatinada, un tono ambiguo, un gesto confuso…. Repaso cada uno de los detalles forzando las posibilidades para encontrar su parte en tanto infortunio. No encontraba causas ni pequeños indicios en sus análisis, sin embargo re iniciaba la búsqueda una vez más, para no instalarse en lo que llamaba “El facilismo de las víctimas”.
Una pregunta sin respuesta insistía incansablemente en su cabeza. ¿Porque se ensañaron de tal manera con lo suyo?
Desde unos cuantos años atrás, se había vuelto obsesivamente meticulosa en cuanto a las responsabilidades. Antes de reclamar o echar culpas estudiaba en detalle cada situación con el objetivo de avanzar sobre seguro, identificar sus puntos oscuros y preveer los movimientos de sus interlocutores. Media sus intervenciones, calculaba muchas de sus respuestas y en los momentos donde sentía que su manejo del lenguaje era sublime, jugaba limpiamente con los silencios. Había logrado una habilidad panóptica de evaluación y resolución de situaciones incómodas. Podía incluirse en sus observaciones y contemplar la totalidad del asunto desde distintas perspectivas. Veía a los otros y se veía a sí misma como si de otra se tratara. Analizaba activamente pero sin prisa. Era partidaria de las conclusiones que decantaban en un momento preciso y no de las que se apresuraban corriendo el riesgo de caer en el fracaso del buen juicio.
Con bastante dedicación había logrado una plasticidad para modificar el curso de sus actos o promover cambios de estrategia si en algo estaba errada.
Se esforzaba por refrenar sus pasiones más arcaicas, esas que podrían llevarla a no reparar en sus actos o consecuencias. Sólo maldecía o insultaba para sus adentros.

Ese era el lugar que busco por mucho tiempo. Apenas puso un pie sobre la madera de sus pisos, quedo fascinada por la luz que entraba desde los ventanales y supo entonces pertenecía a ese lugar. Se imagino recorriendo cada uno de sus espacios con una ligereza nunca antes lograda. Había encontrado la casa que sería su casa.
Al ir descubriendo cada uno de sus rincones la invadió un entusiasmo que motorizo ágilmente la toma de decisiones y la resolución de las tediosas formalidades que la separaban de esas paredes.
La llegada de los trabajadores fue en parte su decisión. Con su título de propietaria bajo el brazo, se dispuso a dejar marca personal en cada una de las zonas de ese inmueble, buscándole una identidad acorde a su estilo. Previó los tiempos, el dinero, los espacios de guardado, combinación de colores, texturas, temperaturas; más dinero, funcionalidades varias, mal tiempo e imprevistos.
De la mano de su pragmatismo, también contempló lo que para muchos era mejor ni evocar con el pensamiento. Eso que nadie quiere que suceda. Eso que atenta contra los sueños de los propietarios que desean una metamorfosis inmobiliaria sin tropiezos.
Estaba convencida de la veracidad de los rumores sobre el destino trágico del reformista o el amargo y lleno de espinas camino del reciclaje doméstico. Creía que algo como una inexplicable fuerza maligna, caía sobre quienes tenían la dicha de poner en marcha una trasformación. Lo interpretaba como el inevitable pago por el placer obtenido o a obtener. Monto que acrecentaba las cuentas de un temido destinatario desconocido.
Ninguno de sus amigos, o amigos de sus amigos, ni amigos de los amigos de sus amigos habían podido escapar a esa suerte. Sabía que no tenía chances de quedar exenta de aquello. Fue así que fiel a su estilo, no busco causas sino que agrego a la columna de gastos y contratiempos un ítem que llamó “Mito de obra”.
Creyó saber sobre lo que estaba por venir y su condición de mujer no le parecía una dificultad para tratar con menesteres que tradicionalmente se suponían masculinos. Se sintió capaz y se autorizo a sí misma para ejercer el control de esos hombres, que la miraron con recelo cuando comenzó a hacer un uso político de su autoridad.

Infortunio, desgracia, maleficio, catástrofe, hecatombe.
Todos los males se alinearon y recayeron en su suelo, rebasando de mil maneras las columnas de sus planillas del Excel.
Aquel lugar tan intimo, comenzó a volvérsele ajeno a medida que esta gente fue apoderándose cada vez mas de él. Su casa estaba tomada por infames, burdos e inoperantes imitadores de hombres de trabajo.
Usurparon cada uno de sus espacios. Se expandieron tan velozmente que no tuvo posibilidad de implementar ninguna de sus estrategias. Se sintió injuriada con cada uno de los movimientos de ésos otros.
En escasos días todo estaba roto, sucio, mal armado, desperdiciado o fuera de lugar. La obscena mostración de desgano y desidia que le dedicaban cada día, fue oscureciéndola velozmente y arrancándola de todo lo que creía ser.
De su eficiencia higiénica no quedaba ni rastros. Posiblemente quedó enterrada entre tanto escombro o se fue esfumando a medida que ellos iban devastando su territorio. No podía distinguir si lo que más la atormentaba eran esos extraños o lo extraño de sus propios pensamientos, que fluían sin pausa, dejándole una hipernítida sensación de despersonalización.

Finalmente sucedió lo incalculado de lo incalculable y el desenlace fue el más brutal.
Nunca supo si fue cuando los bárbaros tiraron piedras desde lo alto de su balcón, cuando descubrió restos de comidas en proceso de putrefacción escondidos por distintos lugares, o por las visitas impropias que recibían a sus espaldas y que tanto disgustaban a sus futuros vecinos. Quizá fue algo de eso, o el día que vio como quemaban sus pisos al calentar agua para las infusiones, o tal vez fue por el atroz despilfarro que hacían de sus bienes. Ya no importaba qué. Algo de todo eso la había empujado y lanzado por fuera de sus propios límites.
Se aferró con furia a los papeles que decían que eso era suyo sin medir consecuencias. Ya no reconoció lo impropio de sus nuevas palabras, que no velaban en lo más mínimo el desagrado que sentía. Antes de la obra le hubieran sonado extranjeras a sus oídos. Posiblemente nunca las habría pronunciado, no obstante parecía comprender la esencia y articulación de esos ruidos a la perfección. Como un don revelado de una vez y con un efecto retroactivo al origen de su entendimiento, renacía sensible a lo que consideraba más sórdido y avanzaba sin compañía ni el menor titubeo.
Aquello tomó un carácter sagrado para ella y haciéndose mártir de su causa, acometió en dirección contraria sobre los que ahora eran sus enemigos.
Sola, pero con la fuerza de diez bestias, centro su vida en la reconstrucción de esa casa (y en tejer fantasías asesinas).

Enceguecida por el odio fue una más de esa especie despreciable.

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viernes, 4 de junio de 2010

Mami mata onda. (Madre es otra cosa)


Las generalidades, cuando son verdaderamente generales pueden ser enteramente soportables. Si la generalidad es conciente de su estructural limitación, convertirá esa ceguera ante los rasgos subjetivos congénita en un poderoso espíritu de grupo, clave para su buen funcionamiento. Sólo así podríamos descansar en la masa acompañados de un numero indefinido de anónimos (o no tanto porque en algo se nos parecen), sin temor a quedar atrapados en un mazacote de subjetividades imposibles de diferenciar.
Un conjunto que agrupe basándose en uno o algunos pocos detalles, es sin duda un recorte arbitrario y limitado, que en sí mismo no es ni bueno ni malo. Son categorías de gran practicidad para ser usadas como referencias o para darle énfasis a nuestros dichos con la enorme casuística que parecen abarcar. Gloriosos podríamos cerrar una exposición pública diciendo: “…..a modo de conclusión podría decirse que todos ellos son…” o en un ambiente menos formal, “Todos parecen cortados con la misma tijera, no hay duda!”. Este final le da potencia a nuestros dichos y el interlocutor (si lo decimos verdaderamente con convicción) queda preso de un tremendo golpe de efecto que podríamos elevar a la condición de inolvidable, si apenas terminamos nuestro enunciado nos salimos estratégicamente de la escena sin darle ninguna posibilidad de derecho a réplica.

Si hiciéramos el ejercicio de enumerar cada uno de los grupos a los que pertenecemos, seguramente la lista sería inmensa. Sin duda podríamos incluirnos entre los que comparten nuestra actividad profesional, los que son fumadores o los amantes del aire limpio, los de tendencia progresistas o los que parecen conservadores. También se puede pertenecer a la rúbrica de las minas fáciles, las mojigatas, los gay, las histéricas, los hombres que sólo quieren eso (como me decía mi madre), las de cuarenta divorciadas, los ovolactovegetarianos, los usuarios de facebook o twitter…
Ser parte de estas colectividades nos genera una sensación siempre ambivalente. La masa, con su inevitable efecto de homogeneización, arrasa con muchos de nuestros rasgos mas distintivos y al mismo tiempo, nos brinda seguridad al sentir que no andamos totalmente descolgados en la vida, que podemos amucharnos con algunos semejantes; aunque más no sea, en el casillero de “otros” o rarezas inclasificables.
Entonces, la tensión entre sentirse un ser excepcional y el no querer estar en la soledad de la exclusión, no es más que el folklore propio de los grandes conjuntos, que nos hacen sentir a gusto con la pertenencia, aunque no plenamente, porque siempre hay algo que nos incomoda de continuo.
Hasta aquí generalidades que invisibilizan un poco, sin borrar del todo los límites entre sus partes.
¿Pero que pasa cuando a la generalidad se le va la mano con la goma? Será entonces cuando surja lo que para mí es una real molestia.
Fervientes partidarios de suponer que es lo mismo la parte que el todo, se tragan la distinción entre el uso del singular y el plural manejándose por la vida como si cada una de las partes fuera idéntica al cúmulo de rasgos (híper esteriotipados) que se le supone a la totalidad. Este torpe proceder podría nominarse “Uso abusivo de la generalidad”, “Caída de la honorabilidad en una generalización” o “generalizaciones de tinte megalómano”. Como máximo exponente de ello tenemos al ultra rococó, empalagante y devorador de intelectos femeninos “grupo de las Mamis”
Hace unos cuantos años, suponía que todas las mujeres con hijos formaban parte de un club, que como membresía exigía pagar con pedazos de lucidez femenina. Me parecían un conglomerado de mujeres monotemáticas, mortificadas por el significante madre, que causaban en mí, efectos similares a los que padecería un fóbico si lo confrontáramos con su objeto tan temido.
Sin embargo, tuve la suerte, de encontrarme con una que no encajaba en esa serie. Ella era vecina de mi depto de soltera. Una mujer que promediaba los treinta, madre de dos niños, dueña de un estilo sencillo y al mismo tiempo moderno. Hermosa para mí gusto, divertida e interesante en sus dichos. Cada vez que bajaban por las escaleras la observaba moverse; relacionándose con esos dos que no alcanzaban los 6 años, de manera clara, simple….se me ocurre también decir liviana y ágil. Ella resquebrajó mí postulado “ser madre mata cualquier onda”, pero ni aún con la fascinación y el asombro que me causaba, pude extirpar de raíz el malestar ante las otras.
A medida que ese mundo se volvía más próximo, me fui resignando con pleno aburrimiento a formar parte de conversaciones sobre lactancia, marcas de pañales, debates óleo vs. toallitas, sueños interrumpidos o complementos alimenticios. Con algunos saberes prestados, me esforzaba por no ser excluida a causa de mi inexperiencia en esos menesteres o por el fulminante sopor que me producían esos diálogos transcurridos los primeros diez minutos. Permanecía cercana, sosteniendo la ilusión ser testigo del resurgimiento de las singularísimas marcas que alguna vez había visto en esas mujeres y que en ese momento parecían haberse evaporado.
Cuando me llego el momento, me sorprendí al comprobar todo el esfuerzo que hay que hacer para seguir sosteniendo los intereses que están por fuera de ése que recién llego a nuestras vidas. Habrá que atravesar esos primeros tiempos donde tenemos la certeza que el universo se ha puesto en nuestra contra, ir más allá del cansancio eterno, del persistente olor a vómito en nuestras ropas y de ese poderoso romance con nuestro hijo, para dar batalla y no morir en el intento de hacer convivir ese novedoso estado, con aquello que hasta el momento de la maternidad, también nos apasionaba.
Nos dejamos llevar un poco y nos adormecemos con canciones de cuna, en unos sueños que sólo serán amables si dejamos el reloj despertador en manos de esa Otra, dueña de nuestros antiguos jeans, que aún puede desear más allá de su ser madre.

Es cierto que los tiempos modernos fueron incorporando lo femenino a la maternidad y ya no hace falta vertirse como niña de orfanato cuando una va armando a su hijo intracorporalmente. Sin embargo, en niveles que creo bastante más complejos que el de la indumentaria, los fundamentos que sostienen la “Mami doctrina”, exceden los límites de su propia comunidad, avanzando sin miramientos sobre integrantes de otras parroquias. A esa que es extranjera, le aguardarán no sólo las luchas con sus propios fantasmas y culpas, sino también el tener que soportar los embates de la imbecilidad ajena.

Para algunos, que una mujer esté embarazada es razón suficiente para reducir toda su existencia a su estado grávido. No hace mucho tiempo, una que se parece a mi antigua vecina, asistió dolorida a una guardia médica con un evidente embarazo en curso:
-“Me duele mucho acá” decía y acompañaba su queja con algunas especificaciones que creía eran pertinentes.
–“No, no, no….hay las primerizas…!.” Respondía sordamente la agente de salud hasta que la insistencia de ésa que estaba encinta (que además portar con un hijo en su vientre era poseedora de un apéndice) logró sacarla de la idiotera. Tuvo que soportar ese irritante forcejeo para convencerla que verdaderamente estaba doblada del dolor y le habilite el acceso a la asistencia médica que necesitaba con urgencia.
Casi en la misma línea, aporto una experiencia personal.
Una instructora de matronatación, observa la siguiente escena: a pocos metros de distancia de mi hijo, lo llamo dos o tres veces por su nombre. Él no contesta, no me dirige ningún gesto. Parecía fascinado ante la aparición de un gato que caminaba sobre el techo transparente de la pileta.
-“Mami no te angusties, vos para él sos lo mas importante” me dice sin que yo siquiera la haya visto acercarse.
Terminamos esa clase y salí de ese agobiante natatorio con la convicción de nunca más volver. Ya estaba agotada de que mi nombre sea reemplazado por el “mami” generalizado y de estar en contacto con gente que creía que una madre tenía grandes posibilidades de desestabilizarse emocionalmente, si su hijo prefería mirar a un elegante gato en las alturas que a su progenitora, luciendo un espantoso gorro de baño con al piel enrojecida por las altas temperaturas de esa agua caldo.

Cada vez que veo algo en exceso se me impone la idea que detrás de tanta cosa algo resulta insoportable o inexistente.
¿Quién dijo que a todas les emociona la posibilidad de ser madres o que estar embarazada es el estado más pleno?
La maternidad podría tomar tantos significados como mujeres hay en este mundo. Podrá ser una elección de vida, la más importante y absoluta o una entre otras de relevancia; podrá ser un castigo, un fenómeno redituable, la encarnación de un gran amor, o lo que dispare un brote psicótico.
Somos seres parlantes que por estar estructuralmente atravesados por el lenguaje, perdimos todo aquello que en otras especies se conoce como instinto. Nada hay del tan promocionada “instinto materno” en las mujeres, es puro bla, bla, bla para obturar lo angustiante que se desprende de la inexistencia de un reflejo de cuidado o alojamiento innato hacia un niño. Los fenómenos corporales pueden activar funciones vinculadas a la maternidad, fundamentalmente esos que están relacionados con lo hormonal, pero aún así, tampoco escapan plenamente a la subjetividad de ésa que acaba de parir.
El general Mami´s Club podría ser perfectamente el nombre de un grupo de autoayuda, dirigido a personas que no soportan la angustia de que en esto de ser madre, tampoco hay nada garantizado.

Dependerá de la elección que se tome, ser capaces de acompañar a los hijos por la carretera donde advienen los sujetos libres o dejarlos circulando por calles de tierra, arrastrando el peso de los temores ajenos.

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martes, 11 de mayo de 2010

SIEMPRE ¿no es mucho?

Como todos los lunes a la mañana, caminé por esa calle arbolada de mi barrio por la que ando cuatro veces a la semana, los dos mismos días del calendario, en igual horario, desde hace ya algunos cuantos meses. Ando y desando el camino con diferencia de tres horas. Nunca falto al lugar que voy y tampoco omito esa cuadra por más que varíe el recorrido previo o las últimas manzanas antes de llegar a destino.
Siempre paso por ahí, creo que en un primer tiempo fue pura casualidad, pero ahora es uno más de mis actos voluntarios y no azarosos. Voy por la misma vereda, no por comodidad o eficacia, sino porque esa me gusta mucho mas que la otra. Tiene en una de sus esquinas una casa a la que le están haciendo varias reformas desde que comenzó el año. Gracias a que siempre tiene puertas y ventanas abiertas, puedo introducirme con la mirada en cada rincón visible y comprobar si algo cambio durante los días que me ausente. Me convertí en una gustosa testigo de la metamorfosis inmobiliaria, que contemplo sin pausa ni crítica.
Esa era una esquina de las que pasaban absolutamente desapercibidas. De esas que nunca nos servirían como referencia para orientar a un conductor, porque como la casa de la ochava, hay centenas por los barrios de Buenos Aires. Se la podría arrancar e insertar en otra zona de la ciudad que nunca dejaría de pasar inadvertida.
Los reformistas, tal vez a disgusto con la pobreza de estimulo que encarnaba esa vivienda, están siendo mas que generosos con los cambios exteriores. A fuerza de recubrirla prolijamente con piedra, dejó de ser esa apática casa de final de cuadra para convertirse en Otra. Tal vez se la podría rebautizar como “la casa con piedras de la esquina de una calle arbolada”, “la casa empedrada” o “Uy! Y esa casa?”.

Ayer andaba con retraso y entonces, un poco a las apuradas, repasé lo que creí más evidente, como para no perder mi costumbre mirona. Lo que debía haber sido un vistazo rutinario se transformó en un sorprendente instante de descubrimiento. Un pequeño detalle en unas de las ventanas tantas veces vista, se recortó de la totalidad de ese inmueble y sólo pude ver Eso.
Como no haberlo visto antes?! Sin lugar a dudas eso lleva varios años ahí, hay marcas del paso del tiempo que lo demuestran; sin embargo nunca me había imaginado que pudiera haber tal cosa en uno de los cristales.
En líneas generales odio las calcomanías, no me gusta verlas en autos, puertas o ventanas. Me resultan un estorbo, un adorno innecesario que ensucia el campo visual y por considerar que desarmonizan plenamente en todos los contextos, no escapan a la absurda atención que empeño en este tipo de cuestiones de poca monta estética.
Ese calco lucía un fondo blanco amarillento y unas grandes e híper nítidas letras negras con un corazón del tamaño de todas las líneas escritas.
Seguí, caminé unos veinte pasos sorprendida por el hallazgo y el recuerdo de esas fotos que se pegaban en las vidrieras cuando el Papa Juan Pablo II vino de visita al país. Se me ocurrió que ese merchandising religioso podría ser contemporáneo a esta pegatina recientemente descubierta.
No pude seguir.
Transcribo el texto: “Solo amar para siempre es amar de verdad. No al divorcio!” Y claro, el simétrico y regordete corazón.
Quedé en blanco por algunas cuadras (y a la vuelta le saque la foto).
Con el texto resonando en mi cabeza, caí en la cuenta que mi asociación visual fue instantánea y absolutamente pertinente. Sospeché que quien habría pegado ese calco, muy posiblemente era poseedor de esos stickers papales o que conservaría algunos de los pósters del pontífice que se repartían a los fieles en la víspera de la visita.
Ese texto, que se pronunciaba rotundo, certero como manual de procedimientos no tuvo en mí el efecto que creo hubiera esperado su autor. El enunciado y la enunciación que le supongo, deberían causar un aquietamiento al deambular errático de los pensamientos, sin embargo no sentí encontrarme con una verdad revelada que neutralizara mis preguntas. Me parecía un enunciado poderoso, pero de eficacia vencida.

¿“Amar para siempre” es sinónimo del “hasta que la muerte nos separe”?
Uno podría amar hasta morirse. Si tuvieron el placer de ver una película que se llama “El marido de la peluquera” (Le mari de la coiffeuse) sabrán de que les hablo y sino podrán imaginarlo sin mucho esfuerzo o buscar el DVD en su video club amigo.
También podríamos amar felizmente y mientras lo hacemos morir por cualquier otro motivo bastante menos glamoroso, como un accidente de tránsito, complicaciones cardíacas o a causa de alguna de esas pestes modernas que arrasan con miles.
¿Otra opción? Creer que con un amor que se nos fue, se nos escapa también la vida y entregarnos al abandono hasta materializar nuestra desaparición sobre la faz de la tierra. Un poco menos trágico, sería pensarse muerto simbólicamente y renacer en una novedosa versión de nosotros mismos que nada conserva de aquella que alguna vez amó, salvo porque reencarnamos en nuestro propio cuerpo.
Me esfuerzo un poco más, para resultar menos novelesca y me pregunto por esos lazos que se van destiñendo o deshilachando con el paso del tiempo, sin conservar rastros del esplendoroso entusiasmo del amor joven, ni los indicios del comienzo de ese triste proceso de desgaste que inicia un camino silencioso y muchas veces sin retorno. ¿El “amor para siempre” incluirá también lo descolorido, lo agujereado, remendado o maloliente? ¿Estará condicionado el ”siempre ” a requisitos del estilo: siempre que haya algo que se le parezca a lo que creímos que es el amor? ¿O es “siempre siempre” como irremediable infinitud que podría devenir en tormentosa plomada infernal o cruz a cargar mas allá de los deseos de los amantes (o de los que alguna vez lo fueron)?
La primera de las afirmaciones “Solo amar para siempre…bla,bla,bla”, me resulta un tanto simpática, porque es de esas que podrían ser el centro de mis largas conversaciones de café con un muy querido viejo amigo. Nos imagino desarmándola, re combinándola y cuestionando cada uno de sus elementos hasta caer en alguna conclusión de lo más ridícula o exhaustos por el estéril ejercicio mental.
Pero la enfática afirmación final que corona el cartelito adhesivo es burda, opaca y sin posibilidad de ningún juego retórico. En el texto global y precisamente en esa última oración, hay un término que esta tácito y ese es sin dudas el significante matrimonio.
Necesariamente habrá que pasar por allí para que la prohibición del divorcio tenga algún sentido. ¿Sino para que prohibir lo que no nos compete o carece de valor para las partes? Las prohibiciones siempre recaen sobre aquello que resulta atractivo o fascinante (aunque eso nos lleve al borde del horror); de otro modo serían una total pérdida de tiempo o de recursos valiosos. Entonces la serie “Amor verdadero = Matrimonio + No divorcio” es la propuesta allí planteada. Cada quien sabrá si la toma o la deja pasar.

Personalmente se me impone la idea de que eso es una trampa fatal. Aplasta eficazmente cualquier deseo que ande dando vueltas con su postulado generalizante y torna la ilusión de los que se aman en bien a asegurar para los tiempos venideros. Como si ese amor pudiera transformarse en titanio.
Finalmente el matrimonio o el divorcio son figuras legales de las cuales uno podría hacer uso, sin necesidad de que el amor entre en juego en estos ceremoniales. Pero en aquellos otros casos, donde este vivificante sentimiento es el motor fundamental para que una pareja decida dar cuenta ante la sociedad de que los une el amor, ¿no sería el matrimonio un pasaje formal a la entrada de lo que cada uno recree con el otro en plan amoroso? El germen de ese encuentro es una historia imposible de duplicar por ser tan singular como la combinación misma de esos dos, que sueñan con lo perdurable y que tuvieron a gran dicha de cruzarse en el momento oportuno para que eso les sucediera. De ser así, el lugar para las generalidades sería bastante escaso o al menos no fundante en el advenimiento de ese vínculo.
¿Será por el protagónico papel que cumple en el amor la contingencia que decidimos afiliarnos a instituciones de este tipo para alivianar un poco las ansiedades que surgen de este sentimiento único y falto de garantías?

El matrimonio y el divorcio son una gran dupla. Uno es inevitablemente entrada y el otro la salida. Esta última puerta que para algunos podría ser usada como escape regio para desaparecer de escena, sin dificultad seria una buena salida de emergencias, exitosa para la fuga, pero a condición de dejarles a quienes la traspasen una marca perdurable en el alma.
Sin tener que andar atravesando umbrales, también se la podría pensar como un lugar por donde entra un poco de aire freso. Una puerta de esas que no cierran hermético, de esas que si nos acercamos sentimos una leve corriente de aire que viene desde el otro lado y solo con eso ventila el ambiente en el que estamos. Una señal de que esa elección que se tomó no es irrevocable, que somos libres para cruzarla o contemplarla de tanto en tanto como para corroborar que la habitación en la que estamos es cuarto y no nicho.
Con la elección en nuestras manos, con esa puerta sin cerrojo, la unión que se produjo es lazo entre quienes podrían estar ahí hasta el final de sus tiempos o no. Una puerta que por el sólo hecho de existir quita el rigor mortificante de la eternidad que recae sobre algo que no debería convertirse en un forzoso exceso de equipaje.
En todo caso, en vez del “hasta que la muerte nos separe”, podríamos divertirnos (y también morirnos de miedo) diciendo “Hasta que alguno sienta que hay que abrir esa puerta”.


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A contrapelo del cliché

domingo, 25 de abril de 2010

La Esperadora


Se sentó y esperó. Esperó días enteros señales de aquel hombre que la había deslumbrado sin tener siquiera un rasgo que le resultara verdaderamente interesante. Mientras esperaba repasaba una y mil veces los motivos de su espera. Tenía una larga lista de puntos irrelevantes que leía cada día de manera meticulosa, sentada frente a esa ventana, cansada, pero con una extraña e incontrolable voluntad que sobrepasaba sus deseos.
A su inútil lista la guardaba celosamente. Nunca se supo de sus verdaderos motivos, claro que tampoco nadie sabía que lo esperaba de esa manera. Lo hacía en soledad, era su ritual privado y seguramente la avergonzaba que otros descubrieran o sospecharan este ceremonial en ella.
El temor a dejar alguna evidencia frente a los que la rodeaban la salvo de quedar petrificada en la fascinación que sentía por ese lugar. Debía despertar de ese inercial estado, para volver trabajosamente a la versión de sí misma que había construido a lo largo de su vida.
Fue luego del encuentro con la ventana que comenzaría a vascular entre aquella versión elaborada artesanalmente y una otra desconocida, que irrumpía sin posibilidad de retoques cosméticos. Solo a condición de volver a aquella que era la original, lograba retomar algunas de sus rutinas, dejando a esa ventana privada de su mirada. La entristecía saber que por un tiempo estaría lejos de allí y la intranquilizaba la posibilidad de que El asomara en su ausencia y sospechara que ya no iba a regresar.
Hubiera estado disponible siempre para el hombre de la ventana, allí sentada como adorando esa abertura, ese recorte por donde se observaban. Pero cuando sus ensoñaciones comenzaban a ceder, cuando ya no quedaba mas remedio que despertar, caía agotada por el cansancio y con la profunda sensación de que se lastimaba salvajemente. Solo entonces, la idea de nunca mas volver comenzaba a dibujarse tímidamente.
Esperaba lo que intuía nunca iba a suceder. Esperaba con un optimismo que le era un tanto ajeno. Crecía sin tener razones y la entusiasmaba a pesar de sus inequívocas racionalizaciones que lo suponían estúpido o enfermizo. Se alimentaba de ella como una criatura de existencia parasitaria, que amaba fervorosamente a la espera mucho más que a su portadora (como si ese esperar pudiera separarse de la mujer y seguir con vida).
Cuando lo esperaba, se transformaba en una auténtica esperadora. Toda ella esperaba, se colmaba de espera, derramaba espera. Esa pausa activa tomaba consistencia y avanzaba cada vez mas, arrasando todas las otras cosas de su vida. No podía detenerlo, odiaba ser la esperadora, pero no sabía como dejar de serlo. El goce que la tomaba era lo bastante perverso como para permitirle ver lo que iba dejando atrás. Cosas que amaba de otra manera, a las que casi ya no podía alcanzar, porque la ventana no era compatible con el resto de las piezas de su vida.
El juego de la ventana, ese amoroso juego que habían inventado alguna vez, los había arrastrado hasta un lugar que nunca hubieran creído. Se habían encontrado sin buscarse y los había conmovido tanto esa contingencia que ya no pudieron dejar de acudir a esa cita que habían acordado sin pronunciar palabra.
Vivía cada vez mas dividida entre el amor que transcurría en sus pensamientos y esos otros; más terrenales, ordinarios o en los que rara vez se detenía a pensar. Así fue que se enamoró de ese hombre con poco brillo, dubitativo; al que ella sospechaba incapaz de tomar el riesgo de quedar atrapado por las pasiones del cuerpo. Un hombre cobarde, ineficaz, obsesivo hasta tornarse femenino; pero que en su dormitar fantasioso se transformaba en otro. En un otro encantador, tangible, y con las fuerzas suficientes para desafiar a su propia suerte con tal de poder tocarla.
Del otro lado ese hombre estaba clavado a los marcos del agujero. No había más que mostrar que lo que se veía desde donde estaba la que lo esperaba. Lo turbaba la idea de que ella pudiera moverse y descubra su insalvable pequeñez o la comedia con la que intentaba retenerla siempre a distancia. Cuando ella intentaba modificar la posición que tenia asignada, aunque sea levemente, se aterrorizaba y como todo acto de gran impotencia, la maltrataba desde lo alto para neutralizar la intención de la esperadora. No soportaba que ella deje de ser eso y no iba a permitirle ningún desplazamiento que pusiera en riesgo el velo con el que se protegía de sus peores fantasmas ¿sería un hombre atormentado por sus pensamientos, inhibido para amar mas allá de lo intangible o simplemente un cretino? Él efectivamente se transformaba en otro cuando asomaba y la miraba. Casi era otro y eso le gustaba.

La mujer que se había creído incapaz de caer en semejantes trampas desde el día que decidió no creer más en el amor, no encontraba las fuerzas para huir. Respondía a los reclamos por sus inapropiados movimientos con solemne obediencia, intentando que eso sea traducido como una demostración más de su devoción.
Quienes más la conocían, notaban en ella un leve extravío en su mirada. Esquiva, porque temía a que pudieran hacerle alguna pregunta, hacía unos intentos desmedidos por mantener ese toque de cinismo que la caracterizaba y que ahora se le notaba como una prótesis reforzada y mal puesta.
¿Sufriría por reconocerse vencida ante un amor ? Un amor del que ella se hubiese reído a lo grande si alguien le hubiera contado los detalles de una historia como la suya. Solía bastardear socialmente ese sentimiento como pasado de moda o abusivamente ficticio. Tal vez no hubiera sufrido si el amor que la atrapaba era un amor de esos que se pueden usar, modificar, acariciar o apretar hasta estrujar. De esos, si quería. Se burlaba por rutina con sus amigos pero los anhelaba con un espíritu crédulo y dóciles ansias por transitar los clichés de los amantes. Gustosa hubiera dejado caer todas sus teorías de militante desamorada del amor.
Paso así meses eternos que podrían haberse agrupado en años o en siglos. A esa altura el tiempo le resultaba una variable sin importancia.
De no haber sido por la milagrosa mutación que comenzó a gestarse en su interior, todo seguiría siendo, más de lo mismo.
Vislumbro que el dolor o el cansancio que horadada su entusiasmo estaba ligado a la distancia que había entre ambos. Una distancia puramente física, geográfica. Distancia medible en metros, o con reglas escolares. Distancia que impedía el contacto entre los cuerpos.

Ahora esperaba no tener que esperar más. Ya no podía descansar plenamente en sus fantasías. El juego se había vuelto defectoso, desde que quiso que ese amor exceda los pensamientos.
El hombre que amaba simulaba jugar. Parodiaba al que jugaba pero jamás sería el participante que esta en la cancha. Sabía de las debilidades de la esperadora y hacía un hábil uso de ellas quedando siempre en su apacible marco de ventana, inmovilizado por la duda de no saber si ella podría amarlo si confesaba su incompletad, sus torpezas o descubriera alguna de sus miserias. Soportaba esa duda porque no era ese “no saber” el que lo inundaba de angustia. La clave de ese afecto que no engaña, era que ella este ahí para El.

En uno de sus últimos estados de somnolencia, la mujer escribió unas palabras en el cuaderno que llevaba siempre en su bolso.
Las leyó varias veces hasta que hizo una mueca que le borro el pesar en su cara.
¿Por qué no había podido ver con claridad de qué se trataba? ¿Cuándo fue que abandono sus sospechas de que Ese era un “como si” de jugador y lo creyó capaz de mover fichas? ¿O fue al revés? ¿Esperando que sea jugador de cancha se encontró con un farsante? ¿Porque no seguir dormitando en la historia inventada eternamente? ¿Violó las reglas del juego de las fichas estancas queriendo deslizarlas, suponiendo que era inevitable hacerlo? ¿La farsa era ese juego higiénico en distancias o su idea de rebasar los límites?
Ese pareció ser un momento de gran lucidez.
Ya no importaba si ese hombre podría existir más allá de ese recorte, ni que El fuera incapaz de salirse de ahí.
El la confundía. Ella sabía que El era confuso, pero se dejaba confundir con tal de recibir los gestos que El sabia y quería dedicarle.
Ese amor era inmenso y limitado, apasionado y rigurosamente a la distancia. Apacible y sórdidamente tormentoso.
Ahora sus ojos parecían más tristes que nunca, se había esfumado ese extravío del que se habían acostumbrado. Volvió a su ventana, más enamorada que nunca y justo cuando estaba posicionándose ese medio hombre, la mujer le dedicó un gesto único, asombrosamente traslúcido de su sentir y se retiro.
Lloró por su pérdida y por saberse una mala jugadora de ese metajuego. Lloró casi hasta el desmayo cuando efectivamente comprobó que El nunca podría acercársele.
Nunca más volvió a esperar a ese hombre.

(En el instante que la vio partir El intento saltar y salirse de ese agujero; pero cuando sintió el vacío en su cuerpo no pudo hacerlo. Se aferró nuevamente a esos marcos y en silencio, inmóvil, la vio alejarse. La dejó partir, no porque no la amara, sino porque amaba más a su refugio que a cualquier mujer).
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A contrapelo del cliché

martes, 13 de abril de 2010

Amor a la Idiota

¿Cuando uno se encuentra en la vida con otro, cómo saber si algo del orden del amor o sus derivados está en el aire? ¿O si ese tan antiguo y nunca pasado de moda sentimiento es capaz de producirse, de recrearse entre de esos dos que se encontraron? ¿Será posible precisar la existencia de ese fenómeno y proyectar sus posibilidades?
El amor parece ser un algo escurridizo, intermitente, absolutamente enigmático en los comienzos, un poco más predecible con el paso del tiempo y de una burlona falta de patrón que desorienta la búsqueda o la confirmación de su presencia.
Habrá que andar a tientas en la oscuridad de la ignorancia por un largo rato, soportando la sensación de un posible golpe inminente, hasta lograr captar algún rasgo que oriente al participante a seguir por ese camino lúdico o a buscar la más cercana salida de emergencia por donde salir huyendo.
Cada una de las combinaciones que prosperan, cada par que se arma, producirá un lazo novedoso y sin instructivo adjunto; con lo cual, aquellos que tengan amplia experiencia en el rubro no perderán la capacidad de asombro, la posibilidad de recibir lastimaduras varias o de caer en estados impensados de turbación del pensamiento.

¿Por qué se adoran los primeros tiempos del romance y se los añora en los períodos de calma, cuando son los que mas hacen sufrir con su absoluta falta de garantías?
Es cierto que hay un estado de constante inquietud y de sufrimientos cargados de mil tensiones en los orígenes, pero toda esa intensidad puede llegar a transformarse y mutar en tensión formidable cuando todo aquello decanta en un esperado encuentro. Esta metamorfosis si duda es intuida por los amantes y los empuja a embarcarse en empresas inciertas donde no hay casi lugar para la variable costo beneficio.

¿Pero el mientras tanto? ¿Los intervalos encuentro, desencuentro, encuentro?
El espacio entre gesto y gesto del otro, muchas veces esta repleto de cálculos estériles donde los amantes juegan el juego que mas odian, pero que no pueden dejar de jugar. Los más clasicos cuentan los días antes de marcar un número, se retuercen en su afán de no condescender a sus deseos y padecen a la vez que se sienten satisfechos por su abstinencia, como quien comienza una dieta de lunes. Otros realizan una búsqueda de mensajes ocultos en frases de poca monta pronunciadas por su partenaire y entonces se vuelven devotos de la retórica o dementes suponiéndole una significación oscura a cada movimiento del otro. En estos ires y venires no es difícil encontrar a gente ensimismada en sus cavilaciones, o a personajes realmente brillantes convertidos en enfermos nerviosos con falla de medicación o analistas de vacaciones.
¿Porque no decir y ya?
Practicar un estilo directo e involucrarse con otro ser humano parece formar parte del grupo de las incompatibilidades.
¿Será que los amantes temen quedar expuestos? Y de ser así ¿expuestos a qué?
Freud en unos de sus tantos textos habla del amor o mejor dicho del estar enamorado como una cuestión de distribución de cargas. Sin ponerme teórica, sino más bien salvajemente didáctica, amar significaría quitarse un monto importante de libido y tirársela encima a nuestro objeto. Esta redistribución traerá como consecuencia un empobrecimiento del yo enamorado y la sobrestimación del amado.
Convertido en una versión barata de sí mismo, ese pobre yo abandonado y a merced de su grandioso amante, sólo recobrará su brillo a condición de ser correspondido; lo que implicaría que el otro saque de lo suyo y lance para su lado. Y en ese punto estamos bordeando un vacío. Como no se trata de una ciencia exacta, nunca se sabrá certeramente si en la repartija de libido quedamos en igualdad de condiciones. Se podría entonces perder nuevamente la calma y sumergirse en el mas inestable de los terrenos, si se decidiera emprender la tarea de indagar por el cuánto.
Habrá que lidiar con ese yo enamorado y por momentos despabilarlo a las patadas de las ensoñaciones románticas que convierten a los sujetos en seres absolutamente improductivos o candidatos a perder bienes materiales, antiguos vínculos afectivos, intereses culturales o deportivos.
De ser posible habría que quejarse con el padre del psicoanálisis y reclamarle por no haber descubierto algún generador de libido extra para estos momentos de acumulación amorosa donde todo lo demás queda sin nuestros cuidados.

Amar nos vuelve vulnerables, muestra donde se nos podría dar el golpe certero. No es un acto voluntario, no se ama cuando uno lo decide o al candidato más conveniente. Sin embargo, en esos tiempos, cierto mecanismo de omisión de los detalles que podrían amenazar lo elevado de nuestro objeto de amor, parece funcionar exitosamente con voluntad propia. ¿Curioso, no?
En fin, estar con otro es un compendio de buenas intenciones más un estado de ceguera parcialmente selectiva que dura lo que durara ese amor. Estar enamorados, ese fervor inicial que se siente en los comienzos, eleva los niveles de idiotez al máximo al punto de volvernos torpes o ineficaces en las tareas que diariamente realizamos y produce importantes distorsiones en nuestra manera de ver el mundo.
En una época tan práctica, incansablemente productiva, agitada y plenamente atravesada por las nuevas tecnologías que optimizan la eficiencia, el amor es de lo más rudimentario y resistente que nos queda.

Desprolijo, imprevisible, atrevido, prohibido por momentos; no deja de ser algo exquisito, de lo cual no deberíamos privarnos a pesar de caer en una temporal idiotez y un romántico estado de abandono.

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martes, 6 de abril de 2010

Ese cuerpo soy Yo?

Y ahí estaba yo, despojada de mis vestimentas, acostada sobre un lugar rígido e impersonal. Hacía frío y estaba casi al descubierto, sin velos, a pesar de tener algunos pesados lienzos sobre partes de mi cuerpo.
La disposición de esos tejidos estaba absolutamente calculada, distintas gamas de un mismo color acomodadas hábilmente para dejar fuera del juego lo que animaba mi materia. Yo veía azul y ellos verían el reverso de ese mismo tono. No ver mi rostro seguramente era un alivio para los que estaban del otro lado. Para mí sólo era azul, bastante mas tarde comprendí ese aislamiento.
No pasaron muchos años desde entonces, pero podrían pasar décadas que posiblemente seguiría recordando la escena como una pieza desfasada, que no pasa al más profundo de los olvidos por estar contingentemente amarrada a un acontecimiento encantador que le dio un giro más a mi vida.

Rodeada de gente prácticamente desconocida, sentía que avanzaba sobre mi cuerpo una ligera sensación de extrañeza.
“Esta soy yo? Qué queda de mi? Qué soy Yo?” Al instante vino la única respuesta posible, “soy mi cabeza”. Ahora podría decir que lo que suponía mi Yo (esa ilusión que sostiene lo que creemos es nuestra identidad) estaba concentrado, aglomerado en esa cabeza que me es propia, en lo mas alto, en el último lugar posible donde poder guarecerse.
Todo estaba dispuesto para recibir a mi segundo hijo mediante una programada intervención quirúrgica. No parecía ser viable ninguna otra opción, o al menos aquellas que estaban más acordes con mis deseos. Fantasmas no muy felices se desprendían de explicaciones científicas que caían como plomada sobre mis ensoñaciones de un parto a fuerza de pujos.
Recuerdo que el tiempo previo fue un momento de forcejeo con el medico, que intentaba acomodar de manera eficiente ese nacimiento en su apretada agenda laboral. Para esos días, el mayor de mis hijos cumplía tres años y la idea de darle una madre internada y un pequeño intruso como regalo me parecía de bastante mal tino.
En pleno duelo por el pujo perdido y mi anhelo de parir un hijo a la manera clásica, me empeñé en no retroceder ante su soberbia libreta de compromisos y negocié como mercader con ese hombre obtuso al que poco le importaban mis explicaciones. Algunos días después y unos cuantos antes de llevar a término ese embarazo, esperaba a mi hijo como separada de mi cuerpo.
“Soy una cabeza” “Soy una cabeza” repetía como en trance. El resto estaba ahí tumbado, enchufado, con los brazos en cruz y con la parte inferior….mejor ni pensarlo.
Ya dije que varios desconocidos circulaban libremente a mi alrededor y de mis partes sin velo? Esas partes yo las suelo llevar tapadas y sólo las descubro en muy determinadas situaciones y frente a quien considere merecedor de ese espectáculo.
“Pasen y vean!” podría haberse escrito como cartel luminoso y convertirse en el título de tan grotesca mostración de acceso gratuito para todo aquel que quisiera mirar. Ahí mi Yo no decidía nada, no importaba a quien le autorizaba la visión, porque ese pobre “Yo” existía sólo para mi. Podría haber gritado desde el otro lado de lo azul que seguramente mis gritos se harían sordos al traspasar ese trapo colgante o mas posiblemente no habría oídos para escuchar lo que emanaba del otro lado.
Mi cabeza, que era donde se atrincheraba mi subjetividad mancillada, ejercitaba trabajosamente un rudimentario nirvana de enciclopedia.
En toda esta escena debo reconocer y agradecer profundamente las palabras que me dirigía el padre de la criatura. Su sola presencia y esos significantes pronunciados a intervalos variables cuidaban de mi casi abatido entendimiento.
Repasemos, hasta ahí yo era una cabeza que se esforzaba por sostener un cuerpo que por ese entonces parecía ajeno, pero al estar unido a la parte pensante, daba la pauta de ser una mas de mis propiedades.
Sigamos. Nació mi hijo y ese pequeño momento en que pude verlo fue un destello mágico. Por fin nos veíamos las caras!
Como buen destello fue intenso pero brevísimo. Me saludaron rutinariamente, un instante de emoción con mi partenaire y el recién llegado partió con algunos extraños y su progenitor.
Y ahí quedé yo, o lo que quedaba de mí, sumida en la más solitaria de las soledades. Mi nirvana berreta y capitalista comenzaba a fallar. Eso me dio la pauta que esas pocas palabras que me eran dirigidas sostenían mi ejercicio mental y hacían posible ese tipo de despersonalización que cubría con un velo invisible el resto de mi cuerpo.
Ahora ese cuerpo empezaba a aparecer como pura carne. Me sentí mal, muy mal y pedí ayuda a uno de los desconocidos.
‘Ya va, son nauseas por la anestesia, ya te doy algo” respondió.
Por mi cabeza corrían todo tipo de fantasías en relación a mis órganos al aire libre en combinación con esas pequeñas convulsiones, mientras quien estaba a cargo de mi alivio seguía completando un formulario con una serenidad envidiable.
Redoblé mis esfuerzos, porque en definitiva mi subjetividad todavía estaba dando batalla, me negué a exponer de manera obscena el funcionamiento de ese cuerpo intentando contener lo que parecía precipitarse como una fuerza irremediablemente incontenible.
“OK, estoy con un trapo azul, sin ropas, los brazos en cruz y las piernas…. (Mejor seguir sin pensarlo), con una cofia en la cabeza…..Yo acá no vomito!!” Esa sería mi total ruina, un lugar desde donde nunca podría retornar.
Interrumpe mi intento de recobrar la dignidad otro extraño que coloca ágilmente al costado de mi cara una toalla que recepcionaría lo que amenazaba con ver la luz.
Horrorizada, evoqué la imagen de mi hijo, tal vez así podría encontrar un poco de calma, pero nuevamente irrumpen desde el exterior y el anhelado sosiego se esfuma. Extraño numero trece dice “Mami el bb está bien pero va a incubadora” y sin mas se retira.
Las últimas fuerzas se desvanecían con esa noticia lanzada bajo el estricto estilo minimalista de la gramática médica y esa generalización idiotizante que representa el “mami”. No hubo posibilidad de preguntar, de saber que pasaba con quien hasta escasos minutos vivía tan junto a mí. Avanzó con fuerza descomunal una somnolencia que me llevaba hasta lo más profundo. El Yo que daba batalla se había dejado arrastrar agotado de tanta lucha y cuando ya estaba dispuesta a entregarme y sumergirme en la total ignorancia, Extraño número 17 dice a modo de despedida:
“Felicidades Maria Jose!”.
Entreabrí los ojos y murmure: “Yo no me llamo así.” Pero nadie me escuchó.

Quizá ahora entiendo el por qué del lienzo azul. Quién quiere verle la cara o saber de los pensamientos del sujeto que hay que abrir en dos? Es absolutamente incompatible verles las vísceras a un ser humano e intentar establecer cierta empatía con él. Todo ese ritual los protegía de mí y posiblemente les permitiría realizar de manera eficiente su tarea. Tal vez, ellos sepan que las subjetividades suelen refugiarse en las cabezas cuando a uno no lo ponen a dormir y a pesar de maniobrar cómodamente con un cuerpo anestesiado los pensamientos siguen su curso o posiblemente se movilicen más que nunca; por eso las cabezas quedan ocultas, del otro lado, en una especie de más allá.

Finalmente pude reconciliar a ese Yo con el resto de mi cuerpo cuando lo que me cubría fueron mis prendas y cuando vi que hombre de las palabras intervaladas me esperaba y me llamaba por mi nombre.

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