sábado, 30 de octubre de 2010

BaÑos PúblicOs



Encontrar en la puerta de un baño público símbolos que den cuenta de la diferencia anatómica entre los sexos, es un hecho que prácticamente escapa a la contingencia. Quien posee el dominio territorial de estos lugares, regula el uso, rotulando cada uno de los accesos.
El ser “público”, evidentemente es una ilusión. Los baños nunca son para todos. Hombres, mujeres, solo clientes, discapacitados, niños…dan cuenta que no son aptos para cualquier potencial usuario. De ser rigurosos, habría que nominarlos:” Baños (no para todo) públicos”.
Una vez adentro, las personas autorizadas para circular, serán fraccionadas en su menor expresión. Solo uno por cada artefacto receptor de desperdicios evacuados. En un pequeño reducto, que muchas veces es un espacio de paredes flotantes carente de un techo propio, se nos ofrece una privacidad fugaz o de gran fragilidad. La prueba más contundente, es la posibilidad de verle los zapatos al vecino y el gran déficit acústico que presentan en su mayoría.
Privacidad semi pública, nunca más que eso.

La estética de la divisoria sanitaria, si bien tiene la corriente clásica de los muñequitos de pollera y pantalón, cuenta con otras vertientes que rebasan ampliamente la cómoda simplicidad de los palotes.
Algunas almas de particular creatividad, colocan objetos que suponen típicos de cada género. La diferenciación suele tornarse un tanto engorrosa, cuando lo elegido tiene algún rasgo ambiguo. ¿Cuál es la puerta que nos toca? Cualquiera podría sentirse atraído por un tacón o un rouge rojo furioso. Igual sería el caso de las fotos de famosos. ¿Es lo que me gusta ver en otros? ¿Lo que uso cada vez? ¿O mi fetiche?
Para evitar la demora, lo mejor es abstenerse de los pensamientos que incluyan las condiciones eróticas de cada quién y guiarse por los clichés del sentido más común.
Los indicadores: “Hombre-Mujer” o simplemente la inicialización de la puerta, otorgan un mensaje un tanto más claro. Pero cuando se grafica esta diferencia con los típicos símbolos de género, se abre un nuevo enigma.
Ambos signos llevan un perfecto círculo. Distingue a la mujer una cruz y al hombre un vector que apunta a las alturas.
La redondez, quizá sea la ingenua ilusión de un cuerpo completo, cerrado y en funcionamiento. Lo unisex del cuerpo. La anatomía compartida. Todo lo que queda recubierto es indispensable para un óptimo funcionamiento, pero como no tiene brillo, se vela con una buena cubierta.
Sólo repararemos en nuestra interioridad si algo quebranta el anonimato y con sus ínfulas de estrella, nos sume en un tormento corporal. Los dolores podrían ser perfectamente el ensañamiento de algún órgano con baja estima. Una dolorosa demanda de atención que perturba el contorno amable de la circunferencia que envuelve el interior de la máquina.
El WC es un lugar donde estabilizamos nuestro globo corporal de las demandas corrientes. La circularidad vista en una puerta, nos invita recuperar nuestra feliz e ignorante esférica humanidad.
Pero, ¿Por qué habrán ubicado una cruz hacia la tierra para nosotras y un vector hacia las alturas para los hombres?
¿Será que estos son rasgos que dan alguna cuenta de ciertas consecuencias de nuestra anatomía?
El símbolo del hombre podría tomarse como una literal referencia a los fenómenos corporales del varón. Claro y sencillo. No hay incógnita a despejar.
En cambio lo femenino….nunca deja de ofrecer algún rodeo.

El cuerpo suele ser poco gentil con nuestro género a medida que van pasando los años. Llevamos una carrocería enloquecedoramente cambiante e imposible de mantener al margen de la erosión hormonal o ambiental.
Una corporeidad demandona, de secuenciadas incomodidades y retoques cosméticos periódicos.
¿Habrá sido por eso que eligieron la cruz para distinguirnos?
No lo creo. Generalmente contamos con un estado de resignación tan radical, que muchos de los tediosos menesteres femeninos quedan reducidos a rutinas automáticas de cumplimiento obligatorio. Este efecto de pragmática despersonalización nos alivia y nos salva de eternizarnos en la queja.

Quizá la cruz que carguemos sea la de compartir estos espacios con un sinnúmero de desconocidas. Las largas colas para entrar en los cubículos con inodoros, son la plomada que recae sobre nuestros cuerpos urgidos por la necesidad.
Ante una demanda unisex, el espacio exclusivo para mujeres nos enfrenta a nuestras peores miserias.
Somos poco generosas y no tenemos un espíritu solidario. Maldecimos a la que se demora, pero cuando llega nuestro turno tomamos revancha sobre las que quedan detrás. Nos zambullimos en la eternidad temporal del sin apuro, disfrutando de una venganza solapada y caprichosa. Finalmente no han sido ellas las que nos han demorado, sin embargo, nuestro mal gesto es igualmente legítimo. Ellas son futuras demoradoras y en todo caso…con alguien debemos descargar la ira.
Una vez logrado el ingreso al cuartito de la necesidad, dedicamos tiempo a detalles de los que tranquilamente podríamos ocuparnos a la vista de las otras. Acomodarse la media, ajustar un cinturón o alinear un vestido no requiere de la soledad de nuestra mirada. Somos irremediablemente cretinas en esos momentos.
Todas sabemos del juego y entonces…¿Quién no se ha colado alguna vez en un baño masculino?
En eso los hombres son más ligeros. La flecha también podría ser sinónimo de un movimiento efectivo y directo.
Nunca hay cola en los baños de ellos y la dualidad de opciones que ofrecen sus baños, lejos de complicarlos en disquisiciones, les agiliza el trámite.
¿Será por eso que cada vez que detengo mi auto en la ruta para hacer uso de algún área de servicios, repito mil veces para mis adentros: “Dios santo por qué no habré nacido hombre!!”?