miércoles, 29 de septiembre de 2010

A cajón abierto

Una mujer en autodiálogo con un difunto.
Un hombre mal herido muere por cualquier otra cosa.
Un desencuentro que se vuelve encuentro en un tiempo desencajado de lo posible.
Una historia que no fue, o se sucedió de manera poco ortodoxa.


-¿Cómo fue que nunca hablamos de esto?
(Le murmuró en el oído como sumergiéndose en esa caja).
-¿Me dejaste o nos dejamos? Fueron tantas veces que perdí la cuenta de los desprecios que nos dedicábamos.
Siempre pensé que gozabas maltratándome, dejándome sola. En ese tiempo yo no sabía estar sin vos, pero tampoco podía quedarme quieta. Tal vez, fue porque jamás pude atrapar un momento donde sintiera que me ames. Cuando lo sospechaba, cuando me parecía leer algún gesto de ésos; rápidamente me lanzabas una mirada helada, o sin rodeos me decías que no era yo la que te iba a acompañar. Me decías que NO con una certeza que me dejaba sin aire. ¿Nos quisimos alguna vez o nos odiábamos apasionadamente?
Supongo que tampoco te elegí. O lo hice de una manera que te parecía un poco ridícula… justo cuando me retiraste la mirada.

- ¿Qué decís…? ¿Qué te lastimé? ¿Te lastimé de muerte aquella vez que te olvidé?

-Eso fue hace tanto tiempo...
Era muy joven, me encandilaba cualquier nimiedad y me perdía por un rato. No dijiste nada después de aquello, solo te volviste lejano. ¿O mas callado? Te pedí perdón mil veces y nunca me contestaste. ¿Te acordás?
Andabas como mudo por el mundo. Yo no sabía si llorar o reírme de lo ridículo que parecías portando ese riguroso semblante de seriedad.
Algún tiempo después supe que ese fue el inicio de tu eterna revancha. Mi romanticismo ingenuo me llevaba a soportar ese amor calvario, convencida en que así podrías saciar tu voraz venganza y yo lavar mis extravíos. ¿Por qué habrá sido que quería que estés conmigo? Te habías convertido en un cretino sin retorno tan pronto como descubriste mi estúpida espera amatoria.

- ¡¿Cómo?! ¿Que te hacía sentir como un imbécil? ¿Me reía de cada uno de tus logros? ¿Que siempre miraba para otros lados?
(Hizo una larga pausa. Parecía confundida o bastante asombrada por lo que creía escuchar de ese hombre frío).

- Jamás sospeché que te importara como leía tus movimientos en la vida. Me asfixiabas con tus excentricidades, por eso miraba a tipos más corrientes. Era como salir a tomar aire, pero nunca te dejaba. Me parecías tan fascinante, que me aterraba la idea de perder la voluntad y abandonarme para adorarte plenamente y desconectar del mundo.

(Ya no pudo contener el llanto y se sumergió aún más en ese ajustado espacio. Estaba tan ensimismada en ese íntimo diálogo, que el resto de los presentes se evaporaron de esa patética sala velatoria. Repitió como mantra “Entonces me mirabas” mientras retorcía un mechón de su pelo, hasta que algo interfirió su trance).
- Pero mirabas inmóvil y callado como me alejaba.
Me iba para que me hables, para que pidieras que me quede, para que digas mi nombre… Rogaba por que lo hicieras, pero siempre estabas así…como ahora.

- ¿Te parecía fría? ¿Sentías que dejaba tu cama como imposible de satisfacer? ¿Sufrías por mis cronometrados cálculos de escape?

- ¡No, no! (Dijo con desesperación).
Salía corriendo temiéndole a tus gestos de desamor. Contenía el llanto porque instantáneamente abandonabas tu estado de amante para convertirte en el ser distante de siempre. Tenía que huir para no suplicarte que me ames.

- ¿Que la desamorada era yo?! ¿Que aquella vez te herí tan hondo, que no hubieras podido soportar otra embestida de mi parte?

-Jamás lo hubiera vuelto a hacer, aunque lo merecieras mil veces. (Y su enunciación fue infinitamente triste). Si finalmente elegí irme bien lejos de vos, fue porque para ese entonces ya estaba muy cansada y al borde de la locura. ¿Sabías que antes de embarcar te busqué y te esperé hasta casi perder el vuelo?

(Se secó las lágrimas con la manga de su blusa y se salió un poco de ese cajón ajeno sin dejar de mirarlo. Lo miraba como quien mira a alguien que alguna vez se amó o como a quién ni muerto se puede dejar de amar).

- ¿Pensaste en mí en todos estos años…? Mejor no respondas! Voy a pensar que sí y que en tu último respiro me evocaste sin decirme que no. Te extrañé tanto…
Creo que voy a llorar otra vez.
Espero que no te incomode.
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A contrapelo del cliché

lunes, 6 de septiembre de 2010

Sedán vs. 5 Puertas

El murmullo general del lugar era un zumbido homogéneo a los oídos de los presentes. La inercia acústica que inundaba el bar ofrecía una especie de limbo temporal. Imposible hubiera sido calcular, que una voz tuviera el poder para romper con esa amable monotonía sonora.

-¿Sedán o 5 puertas? ¿Lo decís de verdad? Un auto es la versión mecánica de nosotros mismos. Es nuestro fiel reflejo. ¿Acaso no es la proyección de nuestro propio cuerpo?
(Dos de la mesa asintieron con un gesto).
El sedán es la muerte segura de la juventud. Un 5 puertas es todo lo contrario. Emana energía, es ágil y dinámico. Da cuenta de un espíritu joven que puede despojarse de las cargas innecesarias y circular con liviandad por la vida. Es como decir: “Yo puedo andar sin esa caja trasera. Mi auto termina acá y punto”.

(Apenas pronuncio la última palabra, el que estaba sentado a su lado replicó con fervor).
-¡No entendés nada! Las puertas son para que entren las personas, no un bolso. Un auto es con baúl. Lo otro es un resumen a bajo costo que no tiene ningún sentido estético. No tienen buen porte. Son visualmente incompletos. Es como comparar una cochera fija cubierta con un espacio guarda coches compartido. No hay duda a la hora de elegir.

(Continuó la primera voz).
-El monovolumen es la solución que encontraron las almas jóvenes frente al crecimiento familiar. Sería algo así como… cargar la prole sin resignar espíritu.
El sedan viene después de los 50, nunca antes de eso. ¡El baúl es la fosa de nuestros años vigorosos! Ese anexo, es un lastre que marca el comienzo de la declinación de la potencia…
¿Acaso no se te empezó a caer el pelo después de comprarte ese lanchón?

Cuando ya parecía recuperada la sobriedad auditiva, quien aplastaba terrones de azúcar con las llaves de su auto, levantó por primera vez la vista. Enmudeció a los que hablaban con su mirada y lanzó una estrepitosa carcajada que instantáneamente rebasó los límites de esa mesa, abarrotando de ruidos el silencioso salón.
Pulicado en Odradek
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A contrapelo del cliché