viernes, 4 de junio de 2010

Mami mata onda. (Madre es otra cosa)


Las generalidades, cuando son verdaderamente generales pueden ser enteramente soportables. Si la generalidad es conciente de su estructural limitación, convertirá esa ceguera ante los rasgos subjetivos congénita en un poderoso espíritu de grupo, clave para su buen funcionamiento. Sólo así podríamos descansar en la masa acompañados de un numero indefinido de anónimos (o no tanto porque en algo se nos parecen), sin temor a quedar atrapados en un mazacote de subjetividades imposibles de diferenciar.
Un conjunto que agrupe basándose en uno o algunos pocos detalles, es sin duda un recorte arbitrario y limitado, que en sí mismo no es ni bueno ni malo. Son categorías de gran practicidad para ser usadas como referencias o para darle énfasis a nuestros dichos con la enorme casuística que parecen abarcar. Gloriosos podríamos cerrar una exposición pública diciendo: “…..a modo de conclusión podría decirse que todos ellos son…” o en un ambiente menos formal, “Todos parecen cortados con la misma tijera, no hay duda!”. Este final le da potencia a nuestros dichos y el interlocutor (si lo decimos verdaderamente con convicción) queda preso de un tremendo golpe de efecto que podríamos elevar a la condición de inolvidable, si apenas terminamos nuestro enunciado nos salimos estratégicamente de la escena sin darle ninguna posibilidad de derecho a réplica.

Si hiciéramos el ejercicio de enumerar cada uno de los grupos a los que pertenecemos, seguramente la lista sería inmensa. Sin duda podríamos incluirnos entre los que comparten nuestra actividad profesional, los que son fumadores o los amantes del aire limpio, los de tendencia progresistas o los que parecen conservadores. También se puede pertenecer a la rúbrica de las minas fáciles, las mojigatas, los gay, las histéricas, los hombres que sólo quieren eso (como me decía mi madre), las de cuarenta divorciadas, los ovolactovegetarianos, los usuarios de facebook o twitter…
Ser parte de estas colectividades nos genera una sensación siempre ambivalente. La masa, con su inevitable efecto de homogeneización, arrasa con muchos de nuestros rasgos mas distintivos y al mismo tiempo, nos brinda seguridad al sentir que no andamos totalmente descolgados en la vida, que podemos amucharnos con algunos semejantes; aunque más no sea, en el casillero de “otros” o rarezas inclasificables.
Entonces, la tensión entre sentirse un ser excepcional y el no querer estar en la soledad de la exclusión, no es más que el folklore propio de los grandes conjuntos, que nos hacen sentir a gusto con la pertenencia, aunque no plenamente, porque siempre hay algo que nos incomoda de continuo.
Hasta aquí generalidades que invisibilizan un poco, sin borrar del todo los límites entre sus partes.
¿Pero que pasa cuando a la generalidad se le va la mano con la goma? Será entonces cuando surja lo que para mí es una real molestia.
Fervientes partidarios de suponer que es lo mismo la parte que el todo, se tragan la distinción entre el uso del singular y el plural manejándose por la vida como si cada una de las partes fuera idéntica al cúmulo de rasgos (híper esteriotipados) que se le supone a la totalidad. Este torpe proceder podría nominarse “Uso abusivo de la generalidad”, “Caída de la honorabilidad en una generalización” o “generalizaciones de tinte megalómano”. Como máximo exponente de ello tenemos al ultra rococó, empalagante y devorador de intelectos femeninos “grupo de las Mamis”
Hace unos cuantos años, suponía que todas las mujeres con hijos formaban parte de un club, que como membresía exigía pagar con pedazos de lucidez femenina. Me parecían un conglomerado de mujeres monotemáticas, mortificadas por el significante madre, que causaban en mí, efectos similares a los que padecería un fóbico si lo confrontáramos con su objeto tan temido.
Sin embargo, tuve la suerte, de encontrarme con una que no encajaba en esa serie. Ella era vecina de mi depto de soltera. Una mujer que promediaba los treinta, madre de dos niños, dueña de un estilo sencillo y al mismo tiempo moderno. Hermosa para mí gusto, divertida e interesante en sus dichos. Cada vez que bajaban por las escaleras la observaba moverse; relacionándose con esos dos que no alcanzaban los 6 años, de manera clara, simple….se me ocurre también decir liviana y ágil. Ella resquebrajó mí postulado “ser madre mata cualquier onda”, pero ni aún con la fascinación y el asombro que me causaba, pude extirpar de raíz el malestar ante las otras.
A medida que ese mundo se volvía más próximo, me fui resignando con pleno aburrimiento a formar parte de conversaciones sobre lactancia, marcas de pañales, debates óleo vs. toallitas, sueños interrumpidos o complementos alimenticios. Con algunos saberes prestados, me esforzaba por no ser excluida a causa de mi inexperiencia en esos menesteres o por el fulminante sopor que me producían esos diálogos transcurridos los primeros diez minutos. Permanecía cercana, sosteniendo la ilusión ser testigo del resurgimiento de las singularísimas marcas que alguna vez había visto en esas mujeres y que en ese momento parecían haberse evaporado.
Cuando me llego el momento, me sorprendí al comprobar todo el esfuerzo que hay que hacer para seguir sosteniendo los intereses que están por fuera de ése que recién llego a nuestras vidas. Habrá que atravesar esos primeros tiempos donde tenemos la certeza que el universo se ha puesto en nuestra contra, ir más allá del cansancio eterno, del persistente olor a vómito en nuestras ropas y de ese poderoso romance con nuestro hijo, para dar batalla y no morir en el intento de hacer convivir ese novedoso estado, con aquello que hasta el momento de la maternidad, también nos apasionaba.
Nos dejamos llevar un poco y nos adormecemos con canciones de cuna, en unos sueños que sólo serán amables si dejamos el reloj despertador en manos de esa Otra, dueña de nuestros antiguos jeans, que aún puede desear más allá de su ser madre.

Es cierto que los tiempos modernos fueron incorporando lo femenino a la maternidad y ya no hace falta vertirse como niña de orfanato cuando una va armando a su hijo intracorporalmente. Sin embargo, en niveles que creo bastante más complejos que el de la indumentaria, los fundamentos que sostienen la “Mami doctrina”, exceden los límites de su propia comunidad, avanzando sin miramientos sobre integrantes de otras parroquias. A esa que es extranjera, le aguardarán no sólo las luchas con sus propios fantasmas y culpas, sino también el tener que soportar los embates de la imbecilidad ajena.

Para algunos, que una mujer esté embarazada es razón suficiente para reducir toda su existencia a su estado grávido. No hace mucho tiempo, una que se parece a mi antigua vecina, asistió dolorida a una guardia médica con un evidente embarazo en curso:
-“Me duele mucho acá” decía y acompañaba su queja con algunas especificaciones que creía eran pertinentes.
–“No, no, no….hay las primerizas…!.” Respondía sordamente la agente de salud hasta que la insistencia de ésa que estaba encinta (que además portar con un hijo en su vientre era poseedora de un apéndice) logró sacarla de la idiotera. Tuvo que soportar ese irritante forcejeo para convencerla que verdaderamente estaba doblada del dolor y le habilite el acceso a la asistencia médica que necesitaba con urgencia.
Casi en la misma línea, aporto una experiencia personal.
Una instructora de matronatación, observa la siguiente escena: a pocos metros de distancia de mi hijo, lo llamo dos o tres veces por su nombre. Él no contesta, no me dirige ningún gesto. Parecía fascinado ante la aparición de un gato que caminaba sobre el techo transparente de la pileta.
-“Mami no te angusties, vos para él sos lo mas importante” me dice sin que yo siquiera la haya visto acercarse.
Terminamos esa clase y salí de ese agobiante natatorio con la convicción de nunca más volver. Ya estaba agotada de que mi nombre sea reemplazado por el “mami” generalizado y de estar en contacto con gente que creía que una madre tenía grandes posibilidades de desestabilizarse emocionalmente, si su hijo prefería mirar a un elegante gato en las alturas que a su progenitora, luciendo un espantoso gorro de baño con al piel enrojecida por las altas temperaturas de esa agua caldo.

Cada vez que veo algo en exceso se me impone la idea que detrás de tanta cosa algo resulta insoportable o inexistente.
¿Quién dijo que a todas les emociona la posibilidad de ser madres o que estar embarazada es el estado más pleno?
La maternidad podría tomar tantos significados como mujeres hay en este mundo. Podrá ser una elección de vida, la más importante y absoluta o una entre otras de relevancia; podrá ser un castigo, un fenómeno redituable, la encarnación de un gran amor, o lo que dispare un brote psicótico.
Somos seres parlantes que por estar estructuralmente atravesados por el lenguaje, perdimos todo aquello que en otras especies se conoce como instinto. Nada hay del tan promocionada “instinto materno” en las mujeres, es puro bla, bla, bla para obturar lo angustiante que se desprende de la inexistencia de un reflejo de cuidado o alojamiento innato hacia un niño. Los fenómenos corporales pueden activar funciones vinculadas a la maternidad, fundamentalmente esos que están relacionados con lo hormonal, pero aún así, tampoco escapan plenamente a la subjetividad de ésa que acaba de parir.
El general Mami´s Club podría ser perfectamente el nombre de un grupo de autoayuda, dirigido a personas que no soportan la angustia de que en esto de ser madre, tampoco hay nada garantizado.

Dependerá de la elección que se tome, ser capaces de acompañar a los hijos por la carretera donde advienen los sujetos libres o dejarlos circulando por calles de tierra, arrastrando el peso de los temores ajenos.

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A contrapelo del cliché