viernes, 3 de diciembre de 2010

La moda no (in)comoda

Hace muchos años, un amigo me contó que alguien le dijo: “La moda no incomoda”.
Esa frase fue dicha uno de esos días de aplastante calor porteño. De ésos que no sabemos qué hacer con lo poco que llevamos puesto. El sujeto en cuestión, el amigo de mi amigo, andaba con unos jean bien pegados a sus piernas y borceguíes hasta las rodillas. Se me ocurre que usaba remera oscura y alguna tacha en su cinturón. Un autentico punk star que no encontraba razón para discontinuar su estilo por un detalle térmico.
• Una joven mujer, llegaba todas las mañanas a su puesto de trabajo en un hospital, perfectamente maquillada. Cinco años después de conocerla me dijo que su pelo lacio era producto de una sistemática labor matutina, al igual que el sombreado de sus ojos, la máscara de sus pestañas y la base que le daba esa apariencia tan tersa. Jamás mencionó la palabra “tedio” o “sacrificio” mientras me detallaba sus amaneceres beauty.
• Un hombre trabaja desde hace veinte años, con riguroso traje y corbata. Nadie lo obliga. Muy rara vez se saca el saco. Jamás se arremanga. Sus zapatos acordonados siempre están lustrosos. Nada parece afectar su imagen empresarial. Su temple atérmico le permite llevar este atuendo con total elegancia. No importa si esta helando o si el calor derrite el asfalto. Dicen que llega a su casa y en vez de arrancarse esas formales vestimentas, circula por su vivienda con una comodidad que desespera a sus acompañantes.
• Pleno invierno. Las jovencitas salen por las noches desprovistas de abrigo. Se ven bellas y sugerentes. ¿Para qué taparse u obstruir la mirada de los otros con un contundente sweater? Van livianas. Parecen ajenas al frío circundante.
¿La moda no incomoda?
Durante muchos años conservé en mi memoria el fragmento de una historia que me contaron en mis tiempos de colegio. Como tantos otros recuerdos, vagaba apaciblemente en la superficie de un desfigurado mar oniroide. Lo rescate de allí, uno de esos días donde no se me ocurre qué escribir y busco inutilidades en el Google. Abruptamente desperté de la modorra mental cuando el buscador lanzó sus resultados. La fidelidad con que conservé algunos detalles era sorprendente. El título era exacto, la lógica de la historia estaba inalterada.
Algo hizo que no olvidara ese texto. Tal vez la ingenuidad de suponerle un trillado final trágico, lo dejó como alma en pena del recuerdo. Yo había errado en mi joven conclusión y él quedó a la espera de ser re interpretado.
Se trata de la historia de un erizo que se automargina por suponerse espantoso. Alguien no especificado lo decora con bellos objetos, captando así la atención de todos los demás. Fascinado por la fascinación de los otros, el erizo se olvida de su subsistencia más básica hasta morir. (“La inmolación por la belleza” de Marco Denevi. Googleenlo).
¿Mi conclusión actual? Muere bello, esa fue su auténtica elección. Su elección de vida.
¿Estos sujetos padecen el frío o la incomodidad? ¿Sufren pero su satisfacción es mayor que el padecer? ¿Aman la molestia? ¿O se trata de una incomodidad que se activa en el espectador, al ver algo que lo inquieta en algún otro?
Por mi parte, en cuanto a la vestimenta siempre me consideré amante de la practicidad y la simpleza. Si algo incomoda, no se usa. Si algo requiere mucha atención, no se usa. Si algo me hace perder la libertad de movimientos, tampoco se usa. Entonces creía que me las arreglaba bastante bien con una moda que no me incomode.
Descansaba en este postulado hasta hace unos pocos días. En la cocina de mi querida amiga LuzMaríaNélida descubrí que la moda me incomoda fatalmente. Me sentí de traje, con borcegos y los pelos patéticamente erizados.
Tuve esa revelación mientras lavaba miles de hojas verdes de distintas especies. Rúcula, espinaca, radicheta y toda su parentela. Hoja por hoja, porque en esas cosas soy muy meticulosa.
Como somos gente moderna, nunca, ¡Jamás! faltarán de esos rejuntes verdosos en la mesa.
La mixta o la de chaucha y huevo, solo quedan reservadas para la intimidad del hogar. Vendrían a ser como las pantuflas o el joggings desteñido de la gastronomía. Ni que hablar de una jardinera con mayonesa!
Finalmente la moda me incomoda y me fastidia un poco. Pero el deleite con el que saboreo esa melange vegetal, logra barrer cualquier vestigio del fastidio pre comilona.
Ahora entiendo mi cara de espanto cuando veo a alguna de esas chicas desabrigadas desde mi auto híper calefaccionado. El frio es mío, no de ellas. Y aunque sientan las bajas temperaturas sobre su cuerpo, esos peatones nocturnos circulan sin reparar demasiado en ello.
Sus escasas vestimentas en las noches de invierno son como… mi sublime (e higiénica) ensalada de hojas verdes. Bueno, algo así…no sé si tanto.
Del make up a las tachas, del mundo gastronómico hasta la retórica, o de las religiones a la hipotermia nocturna; los caminos siempre estarán plagados de elecciones íntimamente personales. No hará falta atravesar el último de los umbrales como lo hizo el erizo. Finalmente, cada uno sabrá hasta donde es capaz de avanzar en la búsqueda de lo que cree más bello.

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A contrapelo del cliché

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