martes, 13 de abril de 2010

Amor a la Idiota

¿Cuando uno se encuentra en la vida con otro, cómo saber si algo del orden del amor o sus derivados está en el aire? ¿O si ese tan antiguo y nunca pasado de moda sentimiento es capaz de producirse, de recrearse entre de esos dos que se encontraron? ¿Será posible precisar la existencia de ese fenómeno y proyectar sus posibilidades?
El amor parece ser un algo escurridizo, intermitente, absolutamente enigmático en los comienzos, un poco más predecible con el paso del tiempo y de una burlona falta de patrón que desorienta la búsqueda o la confirmación de su presencia.
Habrá que andar a tientas en la oscuridad de la ignorancia por un largo rato, soportando la sensación de un posible golpe inminente, hasta lograr captar algún rasgo que oriente al participante a seguir por ese camino lúdico o a buscar la más cercana salida de emergencia por donde salir huyendo.
Cada una de las combinaciones que prosperan, cada par que se arma, producirá un lazo novedoso y sin instructivo adjunto; con lo cual, aquellos que tengan amplia experiencia en el rubro no perderán la capacidad de asombro, la posibilidad de recibir lastimaduras varias o de caer en estados impensados de turbación del pensamiento.

¿Por qué se adoran los primeros tiempos del romance y se los añora en los períodos de calma, cuando son los que mas hacen sufrir con su absoluta falta de garantías?
Es cierto que hay un estado de constante inquietud y de sufrimientos cargados de mil tensiones en los orígenes, pero toda esa intensidad puede llegar a transformarse y mutar en tensión formidable cuando todo aquello decanta en un esperado encuentro. Esta metamorfosis si duda es intuida por los amantes y los empuja a embarcarse en empresas inciertas donde no hay casi lugar para la variable costo beneficio.

¿Pero el mientras tanto? ¿Los intervalos encuentro, desencuentro, encuentro?
El espacio entre gesto y gesto del otro, muchas veces esta repleto de cálculos estériles donde los amantes juegan el juego que mas odian, pero que no pueden dejar de jugar. Los más clasicos cuentan los días antes de marcar un número, se retuercen en su afán de no condescender a sus deseos y padecen a la vez que se sienten satisfechos por su abstinencia, como quien comienza una dieta de lunes. Otros realizan una búsqueda de mensajes ocultos en frases de poca monta pronunciadas por su partenaire y entonces se vuelven devotos de la retórica o dementes suponiéndole una significación oscura a cada movimiento del otro. En estos ires y venires no es difícil encontrar a gente ensimismada en sus cavilaciones, o a personajes realmente brillantes convertidos en enfermos nerviosos con falla de medicación o analistas de vacaciones.
¿Porque no decir y ya?
Practicar un estilo directo e involucrarse con otro ser humano parece formar parte del grupo de las incompatibilidades.
¿Será que los amantes temen quedar expuestos? Y de ser así ¿expuestos a qué?
Freud en unos de sus tantos textos habla del amor o mejor dicho del estar enamorado como una cuestión de distribución de cargas. Sin ponerme teórica, sino más bien salvajemente didáctica, amar significaría quitarse un monto importante de libido y tirársela encima a nuestro objeto. Esta redistribución traerá como consecuencia un empobrecimiento del yo enamorado y la sobrestimación del amado.
Convertido en una versión barata de sí mismo, ese pobre yo abandonado y a merced de su grandioso amante, sólo recobrará su brillo a condición de ser correspondido; lo que implicaría que el otro saque de lo suyo y lance para su lado. Y en ese punto estamos bordeando un vacío. Como no se trata de una ciencia exacta, nunca se sabrá certeramente si en la repartija de libido quedamos en igualdad de condiciones. Se podría entonces perder nuevamente la calma y sumergirse en el mas inestable de los terrenos, si se decidiera emprender la tarea de indagar por el cuánto.
Habrá que lidiar con ese yo enamorado y por momentos despabilarlo a las patadas de las ensoñaciones románticas que convierten a los sujetos en seres absolutamente improductivos o candidatos a perder bienes materiales, antiguos vínculos afectivos, intereses culturales o deportivos.
De ser posible habría que quejarse con el padre del psicoanálisis y reclamarle por no haber descubierto algún generador de libido extra para estos momentos de acumulación amorosa donde todo lo demás queda sin nuestros cuidados.

Amar nos vuelve vulnerables, muestra donde se nos podría dar el golpe certero. No es un acto voluntario, no se ama cuando uno lo decide o al candidato más conveniente. Sin embargo, en esos tiempos, cierto mecanismo de omisión de los detalles que podrían amenazar lo elevado de nuestro objeto de amor, parece funcionar exitosamente con voluntad propia. ¿Curioso, no?
En fin, estar con otro es un compendio de buenas intenciones más un estado de ceguera parcialmente selectiva que dura lo que durara ese amor. Estar enamorados, ese fervor inicial que se siente en los comienzos, eleva los niveles de idiotez al máximo al punto de volvernos torpes o ineficaces en las tareas que diariamente realizamos y produce importantes distorsiones en nuestra manera de ver el mundo.
En una época tan práctica, incansablemente productiva, agitada y plenamente atravesada por las nuevas tecnologías que optimizan la eficiencia, el amor es de lo más rudimentario y resistente que nos queda.

Desprolijo, imprevisible, atrevido, prohibido por momentos; no deja de ser algo exquisito, de lo cual no deberíamos privarnos a pesar de caer en una temporal idiotez y un romántico estado de abandono.

En Facebook: A contrapelo del cliché

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