miércoles, 9 de febrero de 2011

Dom(é)st(í)cas

Apenas la segunda mujer se sentó en la mesa, quien la esperaba, le lanzó una enormidad de palabras. Se las arrojaba a intervalos mínimos, casi pegoteadas y a distintos tonos. Hablaba y decoraba esa verborragia incansable, moviendo sus manos, a un ritmo que no acompañaba el de sus dichos. Sus manos flotaban elegantes, amables, serenas, como parte disociada de esa mujer.

Gracias. Gracias por venir con tanta urgencia. No sé qué haría sin vos. Porque no es lo mismo hablarlo con otro. Vos, vos me entendés. ¿Me entendés, no? Las mujeres entienden. Y vos más que todas. ¿Sabes? Tuve pensamientos oscuros, bajos, casi asesinos….se pasó de la raya. Tuve miedo. Hay una raya. Una que es la que no se puede atravesar y ella la atravesó. Me desafió o ... Yo que soy tan, pero tan moderna, moderada, meditada, mmmia!! Esa casa es mía! Y ahí mando Yo! Si YO. Yo sola, yo y nadie más que yo. Yo soy la señora de la casa!

La segunda mujer retiro la vista de la carta de ese bar, la miró fijamente, acompañó la afirmación de su compañera con un sutil pero certero movimiento cabeza y volvió a sumergirse en esa lista gastronómica.

Lo dije…lo dije -y pareció por un segundo aliviada.
Yo soy la señora de la casa. “Señora” -dijo acentuando la S.
“Señora su vuelto” suelta la impertinente cajera de supermercado -esta vez eternizó el sonido de la Ñ.
“Señora, que va a llevar” dice el verdulero con ojos lascivos. “Se-ññño-ra!”. Por dios tengo un nombre -dijo entre dientes.


Hizo una pausa, y el silencio apareció como cosa novedosa en esa mesa de café. La segunda mujer, que ya había cerrado la carta, la miraba con los ojos entre cerrados, como cuando uno quiere distinguir una figura oculta en un dibujo borroso. Doce segundos después, la primera se enderezó en su silla, recogió su pelo con un broche y tornó su semblante hacia uno que parecía más reflexivo.

Tengo dos nombres y un apellido. Un apellido que no es mío, porque me lo dio mi padre. Las mujeres tenemos esos problemas. Tenemos un apellido, pero después nos dicen que es paterno. ¿Entonces tenemos o no tenemos? ¿Vos qué opinás? ¿Porqué me mirás así?

• No nada. El mozo no viene. Qué fastidio! Para ser un buen camarero hay que mantener la mirada por encima del metro ochenta. Autómatas mal intencionados, caprichosos y perezosos. Será que creen que eso los vuelve más interesantes. Por favor! Miran el más allá de la nada misma. Mirá la cara que pone ése. No mira…. Se me va a acalambrar este brazo de hacerle tantas señas…si no me trae un café ya, me muero… que necesidad que tiene de hacerme esperar?! Y lo del apellido es así. Que se yo…a mí el mío me gusta. Cuando me casé nunca usé el de mi ex. Ahí me vió.

Esa es otra cosa que me molesta. Las minas que se cambian el apellido cuando se casan. Una de las médicas del hospital desde que se casó con el jefe de servicio, firma las historias clínicas con el apellido de casada. ¡¿Podés creerlo?! Además la mina como médica es un animal.

• Los maridos no dan el apellido, lo prestan querida. Cuando te divorciás se lo tenés que devolver porque no es un bien ganancial. Para eso mejor no usarlo. Los padres lo regalan y listo. Si te lo dan, te lo dan de verdad, no hay marcha atrás.

También odio a las mujeres que llevan un regimiento de pibitos encadenados colgando del cuello. Verlas me da miedo. Niñitos de oro, sin cara… ¿Están enojados o tristes? - se sumergió en su silla y miró como desconfiada a su alrededor. Su vista apuntaba casi al piso con movimientos de izquierda a derecha.
Tal vez están furiosos y te ahorquen en una siesta. O crezcan, crezcan, crezcan hasta transformarse en muñecotes torpes y abrumadoramente cariñosos. Te quieren tanto, pero tanto…te quieren hasta aplastarte. De ahí viene eso de “Hay amores que matan.”

• A mí me caen simpáticas esas chicas. Detentan fertilidad. Llevan la prole del cuello. Es una buena metáfora, che. Nunca lo había pensado así. ¡Claro! Miles de veces hablamos del desgaste corporal de las madres con sus hijos, del agobio, del cansancio y todas esas sanatas. Pero ésto, ésto mon cheri, es la imagen misma de la cosa. Un reduccionismo visual maravilloso. ¡Estás hasta el cuello, Madre!

La despedí a Berta -pronunciadas estas palabras volvió a ser la mujer de las palabras pegajosas.

• ¡No! ¿A Berta? ¿Berta, Berta? ¿Tu Berta? ¿Qué pasó?! - y al acentuar la última de las vocales, sus ojos en nada se distinguieron de los de aquel mozo de bar.

Si. La eché, le dije que se vaya. Se lo dije friamente, con una distancia que nunca había puesto entre ella y yo. Porque esa casa es mía.

• Si ya dijiste lo de "La señora de la casa", “Se-ño-ra” y…- la otra la interrumpió.

Ella hacía todo lo que yo odio hacer, o lo que no quería hacer. Por eso no me importó pagar el precio que se paga cuando una tiene a otra mujer en la casa. Siempre pasa, en algún momento pasa. Siempre se transforman en una extraña rival. Con el paso del tiempo ellas saben más de lo que ahí sucede que una. Hasta la he llamado algún día del fin de semana para preguntarle donde había guardado alguna cosa. Pero eso no me importaba.
Infinidad de veces hacía oídos sordos a mis dichos. Ella no soportaba mis indicaciones o las contrariaba. “Berta vas a buscar esto a la tintorería” y se ponía a baldear el patio y bajaba a las dos horas. “Berta podés venir, por favor” y se hacía la sorda o la distraída. Siempre se las arreglaba para hacer parecer que las cosas las hacía por propia voluntad y no porque era su obligación como empleada. No sé… creo que eso tampoco me importaba.
Que se hiciera adorar por mi marido y mis hijas, no me importaba tanto. Ella mantenía una mirada altiva sólo conmigo, pero otras veces se dejaba aconsejar y me escuchaba atentamente con un dejo de admiración o agradecimiento. Ella…ella era como mi hija adolescente…con sueldo y horario de salida.

• No existen los hijos por hora. A Berta tenías que ponerle uniforme. Eso cambia la cosa, te lo dije mil veces.

Soporté sus desplantes, sus planteos de derechos delirantes, sus caprichos, insurrecciones, pero no pude soportar el día que se metió en ese cajón.
Los días antes a su despido me había convertido en un ser ajeno e incómodo en mi propia casa. Cerraba mi puerta con una extrañeza…algo no estaba nada bien. Yo me iba porque no quería quedarme a solas con ella. Qué locura! Huía de mi propia casa, no toleraba su presencia.
Tres días antes que la despidiera, salí de ducharme y me encerré en mi cuarto. Abrí el cajón y vi lo que nunca hubiera creído que podría llegar a ver.

La otra mujer detuvo su tasa en el aire, retuvo la respiración, clavó su mirada en los ojos de su interlocutora y se convirtió en piedra.

Mi ropa interior, mis BOMBACHAS, sí, mis bombachas estaban todas alineadas, ordenadas, separadas, acomodadas, toqueteadas con un riguroso y escalofriante pulcro orden. Estaban todas perfectamente dobladas. Acomodadas por color, una al lado de la otra. Había un criterio cromático en el orden. Del rojo al rosa, pasando por el lila, las negras, las blancas, las estampadas… Solo pude pensar en ella. En ella entre mis prendas más propias, tocándolas mil veces y tratándolas como objetos de valor.

• Siniestro…

Al tercer día, sin darle explicaciones las despedí.

• ¡Ahí vuelve el mozo! ¿Otro café?

en Facebook

A contrapelo del cliché

No hay comentarios: